10 feb 2012 La veritable Barcelona
La huelga de bus y metro prevista para los días del Mobile World Congress me recuerda lo que hacen los niños cuando quieren desafiar a los padres: cierran la boca y no comen. Es normal y comprensible que todos los colectivos profesionales defiendan sus intereses pero no lo es que olviden el contexto general dentro del cual se despliegan sus reivindicaciones. La falta de perspectiva global de los sindicatos de TMB es el elemento más inquietante de este conflicto. La mayoría de gente que vive de un salario y todavía tiene suerte de conservar el puesto de trabajo lee con realismo el panorama y trata de no contribuir a las expectativas más sombrías que se anuncian por tierra, mar y aire. Esto explica que la mayoría de trabajadores, que desde hace meses sufren congelaciones o bajadas salariales, no se dedique a montar huelgas. El sentido común aconseja trabajar más que nunca para evitar el cierre de la empresa.
Uno de los representantes sindicales de TMB declaró que la huelga servirá para que «aflore la verdadera Barcelona». No entendí muy bien qué quería decir, aunque me pareció que contraponía los participantes en el Mobile World Congress a los ciudadanos anónimos. En este caso, habría que recordar que la huelga de los transportes públicos a quien más perjudicaría es a los miles de personas que deben desplazarse diariamente para ir a trabajar o estudiar, la gran mayoría que no puede pagarse un transporte privado y que hace lo imposible por llegar a fin de mes. Una huelga de esta naturaleza –no hay que ser muy perspicaz para hacer el pronóstico– no contaría con una gran adhesión popular, más bien todo lo contrario. No obstante, este genio del sindicalismo local aseguró que, con esta protesta, era seguro que se conseguiría una gran solidaridad de los parados, de los que tienen empleo precario, de los que sufren los recortes y, en definitiva, de todo el mundo que se siente maltratado por los efectos de la crisis. Aquel hombre, llevado por su entusiasmo, pintó la huelga de TMB como la alborada de una revolución nunca vista.
No hay nada más ridículo que creerse la propia propaganda. Como no hay nada más absurdo que despreciar la gran cantidad de técnicos, ejecutivos, comerciales y público especializado que aterrizará en Barcelona para hacer negocios y tener conocimiento directo de los avances de un sector tecnológico que mueve millones. Que una huelga de este tipo expulsa las oportunidades y nos condena a ser el culo del mundo es un asunto de manual. El debate pendiente –que habrá que hacer tarde o temprano– es sobre las causas que han llevado a fortalecer un sindicalismo tan apolillado, miope y escasamente dotado para comprender la gravedad del momento. La verdadera Barcelona –la que no puede jugar con su puesto de trabajo y sabe lo que cuesta ganar prestigio y proyección mundiales– no se merece este castigo.