10 ago 2012 L’entusiasme del bon alcalde
José Manuel Sánchez Gordillo, camarada mítico del comunismo agrario subvencionado y alcalde de Marinaleda desde hace más de tres décadas, ha vuelto a las portadas porque promueve el asalto a los supermercados. Es un estilo que recuerda a los que, en Catalunya y hace más de un siglo, se dedicaban a quemar conventos porque no querían ir a la guerra. ¿Son los supermercados los culpables de la crisis? Hombre, hay que afinar un poco más. La elección adecuada del objetivo es la primera lección del revolucionario que quiere triunfar. Sánchez Gordillo tendría que saberlo porque es un profesional veterano de estas cosas, pero ahora parece más bien que quiere emular a aquel bandolero televisivo de la transición conocido como Curro Jiménez e interpretado por Sancho Gracia, fallecido hace pocas horas.
Sánchez Gordillo hacía mucha gracia hace unos años. Hoy, todavía hace gracia a algunas personas. Por ejemplo, en Catalunya, lo ha invitado a dar alguna charla la CUP, la organización del independentismo de izquierdas municipalista, que desplaza a ERC en varias localidades y tiene un cierto apoyo de la juventud que quiere otro sistema. En algún cartel de la CUP, presentaban al personaje como «independentista andaluz», etiqueta inexacta porque no consta que IU abone la secesión de las bonitas provincias meridionales de España.
Lo que más destaca de la personalidad de este peculiar alcalde y diputado autonómico es el entusiasmo, atributo que no debe faltar a ningún revolucionario, aunque lleve muchos años viviendo de un cargo electo gracias a sus conciudadanos. El entusiasmo ha formado parte de todos los movimientos que han querido cambiar las cosas de la noche a la mañana, desde los comunistas a los fascistas, pasando por los anarquistas y otros fenómenos similares. El problema es que el entusiasmo necesita el contrapeso de otras virtudes, como la inteligencia, el equilibrio, el realismo y, sobre todo, el olfato para conectar con la gente. Así, ocupar agencias bancarias sería visto con más simpatía por la ciudadanía que robar cartones de leche.
Sin un poco de entusiasmo no se puede hacer política, con demasiado entusiasmo se acaba haciendo otra cosa, no siempre muy recomendable. Hitler y Stalin eran unos entusiastas de primer nivel mientras Churchill era un obstinado que enfriaba su entusiasmo con unas gotas de escepticismo, quizás también por eso perdió las elecciones después de la Segunda Guerra Mundial. Dar con la dosis de entusiasmo que haga avanzar la realidad sin generar monstruos es la clave del reto de vivir en sociedad dignamente.
Sánchez Gordillo -hay que ser justos- tiene razón en algo: hay figuras que deberían ir a prisión y están en la playa. Pero eso no tiene nada que ver con los yogures del Mercadona.