16 ago 2012 L’Estat i la compassió
Jesús María Uribetxeberria Bolinaga, terrorista de ETA que fue condenado por el secuestro de Ortega Lara, padece un cáncer con metástasis. El pasado 1 de agosto le trasladaron de la prisión de León a un hospital del País Vasco donde se evalúa la gravedad de su enfermedad. Familiares de presos de ETA y la izquierda abertzale piden que Uribetxeberria y otros reclusos con enfermedades graves sean excarcelados. Para presionar al Gobierno, más de 150 etarras en prisión hacen huelga de hambre. Varias voces del Gabinete Rajoy han dejado claro que no se cederá al «chantaje» y que se cumplirá lo que toque por ley. La Defensora del Pueblo, Soledad Becerril, también se ha pronunciado: «No valen ni pancartas, ni manifestaciones, ni declaraciones de compasión. Que se cumpla estrictamente la ley». Compasión, palabra mayor. Es ella quien la trae a colación. Hablemos, pues, de compasión.
¿El Estado -el Estado democrático fundamentado en el derecho, la división de poderes, el pluralismo y los derechos humanos- debe ser obligatoriamente compasivo? Formulemos mejor la pregunta: ¿Tenemos derecho a esperar que el Estado tenga la compasión como uno de sus valores? El Estado debe ser justo, dice la teoría clásica. El Estado debe tratar a todo el mundo de forma igual ante la ley, reza la Constitución de 1978. Sabemos que ninguna de las dos respuestas encuentra una correspondencia fiel en la realidad española y de muchísimos estados democráticos.
Vayamos un poco más allá: Becerril habla de compasión. ¿Por qué lo hace? Porque en las mismas declaraciones compara al criminal con sus víctimas: «No han tenido derecho a tratamiento, no les han dado opción a estar en un hospital de una clase u otra, a hacer una huelga de hambre o a no hacerla; los han acribillado a balazos». Tiene razón, pero ella no puede utilizar estos argumentos. La ley implacable del Talión, que es la ética que inspira este discurso, no es nunca la de las democracias que aspiran a ser creíbles. Es la ética del Nuevo Testamento y no la del Antiguo Testamento lo que fundamenta, por la vía ilustrada, la legitimidad del Estado democrático cuando castiga a los que han vertido la sangre de otros ciudadanos. Becerril lo sabe. ¿Entonces, por qué tanta demagogia? Fácil: los equilibrios de un PP que instrumentalizó a las víctimas. Ahora son cautivos de ello.
Compasión desde el Estado es fortaleza, no debilidad. Es política inteligente. Ante un grupo terrorista que ha vestido su derrota como renuncia definitiva a las armas, la compasión sería explicitar la fortaleza del Estado, obviedad que no se escapa a Fernández Díaz y Ruiz-Gallardón. Pero la Moncloa no puede desairar de golpe a los territorios excitados de la derecha más extrema, la que manosea el dolor de las víctimas sin vergüenza.