26 oct 2012 Admiració i tristesa
Es un gran escritor. Es peruano y también español, por elección; mantiene la doble nacionalidad (que es una solución muy civilizada para ordenar el lío de las identidades). Leerlo es sensacional, un regalo para la inteligencia. Se llama Mario Vargas Llosa. Ha sido noticia porque le han otorgado el premio FAES a la Libertad 2012, que ha recibido de manos de Aznar. Durante este acto, el famoso autor ha dicho que el nacionalismo es un concepto que «atrae a los nostálgicos del fascismo y el comunismo» y que se trata de «la cultura de los incultos». Pese a reconocer que no todos los nacionalismos utilizan los mismos métodos, ha afirmado que el nacionalismo es «el gran enemigo de la libertad en nuestro tiempo».
Admiro a este autor y estoy triste porque hay una cosa que no me cuadra. Vargas Llosa vivió unos años en Barcelona y aquí hizo buenas amistades, conoce perfectamente la cultura y la literatura catalanas, así como la historia de nuestro país. Incluso ha escrito sobre El Tirant. Además, se define como liberal y estoy seguro de que ha leído, por ejemplo, las sabias y matizadas reflexiones de Isaiah Berlin sobre los nacionalismos. Me extraña que un hombre tan viajado como Vargas Llosa no se vea obligado intelectualmente a distinguir entre nacionalismos excluyentes de tipo agresivo y nacionalismos culturales y cívicos que siempre han jugado a la defensiva, caso del catalanismo.
Estoy preparado para soportar sin irritarme más de la cuenta que personas de escasa formación mezclen el nazismo y el catalanismo, pero me cuesta más de digerir que algunas mentes brillantes hagan discursos pobres, desfiguradores y tramposos. Como decía, el sentimiento que tengo ante las palabras de Vargas Llosa es de pena más que de indignación.
Si partimos de la premisa que el autor de La tía Julia y el escribidor (una de las obras que me fascinaron cuando era joven) no sufre falta de información ni de conocimiento, me pregunto por los motivos de su punto de vista, tan de trazo grueso. ¿Dogmatismo? ¿Mala fe? ¿Oportunismo? ¿Ganas de gustar? Siempre he pensado que la primera obligación de quien se proclama liberal es mantener una actitud liberal, que yo interpreto abierta, matizada y atenta a los detalles. Actuar con finezza en los debates, aceptar la complejidad y evitar el fanatismo es aquello que distingue a un liberal verdadero de un falso liberal. Separar el grano de la paja también. Y tampoco es muy liberal no identificar a los débiles y los fuertes al tratar ciertos conflictos.
Seguiré leyendo al gran novelista Vargas Llosa a la vez que sentiré una profunda tristeza ante el ideólogo, el que mete en el mismo saco nacionalismos que han provocado guerras y genocidios y nacionalismos que, pacíficamente, son instrumento contra la desaparición de un pueblo.