29 nov 2012 Un Govern difícil
En algo todo el mundo está de acuerdo, votantes de derechas y de izquierdas, soberanistas y españolistas, contentos y descontentos con los resultados del pasado 25 de noviembre: Catalunya necesita un Govern fuerte y capaz de asumir y gestionar una realidad económica, social e institucional de una dureza sin precedentes desde la recuperación democrática. No hace falta que sea «el gobierno de los mejores», bastaría con que fuera el gobierno de los valientes y de los que se equivocan poco.
Mas no ha conseguido la mayoría absoluta que pidió en campaña y, por lo tanto, estamos en la fase de exploración de eventuales acuerdos para garantizar la estabilidad, sin la cual el panorama complicado y delicado que se nos ofrece puede transformarse en agónico. Una vez descartado el PP, el diálogo para forjar pactos pasaría por PSC y ERC. Los socialistas, sin embargo, tienen mucho trabajo en su casa y, además, han dicho que están muy lejos del programa de CiU tanto en el aspecto nacional como en el social. Todos los focos apuntan a la formación republicana.
Cuando yo era más joven y más cándido de lo que soy (que todavía debo serlo bastante) pedí por escrito (no fui el único) que CiU y ERC llegaran a un entendimiento para formar gobierno. Hablo del lejano 2003 (¡han pasado tantas cosas!), en que, finalmente, se constituyó el primer tripartito, gracias a la llave que entonces tenía Carod-Rovira. Hoy ya no pido nada, he aprendido la lección: que las cúpulas de los partidos hagan lo que puedan o lo que quieran. La historia ya dirá, dentro de medio siglo, si los catalanes de hoy acertamos o dejamos escapar la ocasión estúpidamente. Cuando hoy leemos las peripecias de muchos dirigentes de los años treinta, nos preguntamos cómo aquella gente pudo llegar a ser tan inconsciente, frívola, sectaria y amateur. Todavía estamos a tiempo de aprender alguna cosa del pasado, me parece.
Las urnas han dicho que el reto de gobernar los próximos años le corresponde a CiU, eso es indiscutible. También han dicho las urnas que deberá hacerlo con el concurso -dentro o fuera del Govern- de otras fuerzas. Junto a estas evidencias, está el sentimiento y la responsabilidad de cada uno. Una frase resume un estado de ánimo que quizás influirá demasiado en lo que pase estos días: «Mas quiso adelantar las elecciones, ahora nadie debe sacarle las castañas del fuego». Dicho esto, si Catalunya fuera un Estado soberano o una región cómodamente encajada en el edificio autonómico, habría poco a debatir. En Europa, gobernar en minoría, con lo que sería equivalente a los 50 diputados de que dispone Mas, no es ninguna rareza, incluso en un momento tan difícil a causa de la crisis. Si Catalunya fuera como Dinamarca o Murcia, a Mas le bastaría con cerrar consensos amplios sobre cómo frenar el paro, reactivar la economía y asegurar las prestaciones básicas.
Pero Catalunya no es ni una cosa ni otra. La dinámica política viene marcada por dos agendas que se solapan y están conectadas (por la vía del agravio fiscal) pero son diferentes: la socioeconómica (conocida también como «la del día a día») y la soberanista (que pivota sobre el compromiso de convocar un referéndum sobre la independencia). CiU y ERC coinciden en la agenda soberanista mientras chocan en la agenda del día a día. Sólo hay que repasar los programas de las dos opciones para comprender que, en caso de buscar acuerdos serios, haría falta que todos hicieran cesiones en economía, trabajo, impuestos y servicios esenciales.
Se atribuye al mítico Andreotti, político de raza y superviviente de mil batallas, la siguiente frase: «El poder desgasta a quien lo ejerce, pero desgasta todavía más a quien no lo tiene». Estoy seguro de que Junqueras, brillante alumno de la escuela italiana, conoce perfectamente este adagio. Ahora bien, más allá de la astucia y la retórica del viejo democristiano, gobernar en este momento es convertirse en impopular desde el minuto cero. Sobre todo si debes utilizar las tijeras, aunque sean más pequeñas y más finas. A la luz de las declaraciones de estos primeros días, parece que la dirección republicana no quiere quemarse gobernando de la mano de Mas y prefiere influir desde fuera. El pasado ha vacunado a Junqueras: ERC pagó muy caro el apoyo a Pujol en 1980 y también la participación en los dos tripartitos. Las bases comparten ampliamente esta vía mientras una parte de los votantes (los indecisos o fluctuantes) tenían la esperanza de un Gabinete soberanista bipartito donde Junqueras fuera la liebre de un Mas que veían ambiguo. Aquí hay una contradicción de costes imprevisibles para ERC, pase lo que pase.
Mas se comprometió a sacar adelante un referéndum soberanista y esto se le recordará constantemente. Pero ningún gobierno débil podrá abordar un proyecto de tal magnitud y menos en un contexto donde el paro desbocado y las urgencias del día a día reclamarán todas las energías, sin contar con que Madrid controla severamente el grifo de los recursos. La hipótesis de una ERC apoyando a Mas en la agenda soberanista (la ilusión) mientras CiU asume en solitario la agenda antipática de la crisis (el malestar) no es una fotografía muy probable. ¿Sabrán ser generosos en CiU? ¿Sabrán serlo en ERC? ¿Sabrán contener unos y otros la víscera y el tacticismo? No tardaremos mucho en saberlo.