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Francesc-Marc Álvaro | El temps i el nou Govern
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20 dic 2012 El temps i el nou Govern

El tiempo y su administración lo es todo en política. Y lo que no es tiempo es inteligencia. Y todo lo que no es ni tiempo ni inteligencia es suerte. El pacto entre CiU y ERC permitirá que mañana viernes Artur Mas sea investido president y que, la semana próxima, tengamos un nuevo Govern de Catalunya en marcha. Este Ejecutivo deberá controlar con precisión el tiempo, ser extremadamente inteligente en cada una de sus decisiones (y explicaciones) y tener un poco de suerte porque, además de gestionar una situación terriblemente complicada a raíz de la crisis, aborda -por mandato de las urnas- un desafío democrático de alta complejidad y de dimensiones históricas.

De las negociaciones entre convergentes y republicanos me queda la impresión de que los segundos han considerado imprescindible que, por encima de todo, el compromiso de Mas con el proceso de la consulta soberanista estuviera absolutamente certificado, sellado y detallado al máximo, como si, antes, el líder de CiU no hubiera acreditado lo suficiente su apuesta por la creación de un Estado propio, como si la solemne ruptura con el gradualismo pujolista que ha protagonizado el líder de CiU fuera un asunto táctico y anecdótico. Detrás de este cuadro, cuesta no ver demasiada desconfianza hacia la figura del nuevo president, un elemento que también existe en dirección contraria: no es ningún secreto que ERC, a pesar de los esfuerzos de Junqueras por proyectar un tono constructivo, es percibida todavía por muchos sectores como una formación alérgica a las servidumbres de lo que Weber llamaba ética de la responsabilidad. Pero, más allá, de las percepciones, este acuerdo sólo tendrá viabilidad si las dos partes transforman la desconfianza en otra actitud que transmita la necesaria credibilidad sobre el conjunto de la sociedad.

Si tuviera que resumirlo, diría que el nuevo Govern debe gestionar cuatro dinámicas que exigen, todas ellas, unas dosis de energía y de fortaleza más que considerables: la emergencia ante la crisis, la ilusión que la consulta provoca entre los convencidos del Estado propio, las dudas y miedos que este proceso genera entre los indiferentes, ambiguos o contrarios a la independencia, y el clima de choque/negociación con Madrid, tanto para gestionar el día a día como para llevar el marco institucional más allá del statu quo. Teniendo en cuenta este escenario, hay un aspecto central del pacto ERC-CiU que puede acabar estorbando más que ayudando: el poner una fecha al referéndum para el 2014. ¿Hacía falta?

Mas se presentó a las elecciones con el compromiso de sacar adelante la consulta dentro de esta legislatura, eso son cuatro años, no dos. Además, los partidos favorables al proyecto necesitan tiempo para hacer llegar su mensaje a muchos ambientes de la sociedad catalana que no participan del convencimiento de los que nos manifestamos el Onze de Setembre. La prisa aparece como un factor irracional que -hay que decirlo claramente- contamina, distorsiona y pone en peligro una empresa que exige mucho trabajo silente y una cierta perspectiva. La prisa no cuadra con una tarea extraordinariamente embrollada de diálogo social y político para ampliar el consenso soberanista que ahora encarnan CiU y ERC.

Turbulencias exteriores al Ejecutivo habrá más de las que ahora podemos imaginar, por eso todo lo que dependa de los consellers tendría que ser pensado y ejecutado con tiralíneas. En este sentido, las primeras noticias del acuerdo apuntan a una agenda económica y social que, para huir supuestamente de los recortes, parece querer llevarnos a una etapa de presión fiscal poco deseable para familias y emprendedores. Si estas intenciones se concretaran, nos encontraríamos ante una contradicción explosiva para CiU y para el conjunto del soberanismo, porque las clases medias que han asumido el proyecto de un Estado catalán a partir, sobre todo, de los intereses podrían sentirse decepcionadas, desorientadas o engañadas. No sería inteligente imponer medidas que provocarían más incertidumbre en el segmento central del país. Manel Pérez recordaba ayer que «el ministro de Hacienda no paga las deudas derivadas del Estatut, al tiempo que lleva a los tribunales las medidas recaudatorias que Barcelona intenta poner en marcha». Para aguantar este tirón con éxito, el Govern Mas debe contar con la complicidad de todos los que hacen funcionar la economía real y crean riqueza.

El nuevo Govern necesita más aliados que nunca para atravesar el descarnado día a día y para explorar el reto monumental que es bandera de la nueva etapa. Hacer aliados no es fácil pero es imprescindible cuando los adversarios tienen tanta capacidad de poner palos en las ruedas. Asimismo, el solapamiento de la agenda soberanista y la socioeconómica exige mucha mano izquierda, mucha prudencia y lo que apuntábamos antes: un sentido muy afinado del tiempo. La experiencia del tripartito tendría que proporcionar grandes lecciones. Y, sobre todo, sería bueno tener presente unas lúcidas palabras de Gaziel, escritas en 1944: «Catalunya, com Polònia, com Irlanda, com totes les nacions secularment dissortades, són pobles en la història dels quals les falles, les catàstrofes col·lectives, degudes a la intervenció nefasta dels mateixos naturals, excedeixen les pegues o catàstrofes d’ordre fatídic».

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