21 feb 2013 Fora de camp
De toda esta película rocambolesca de detectives privados, políticos espiados, amantes vengativas y cuerpos policiales en pugna cuesta mucho extraer el sentido. Quiero decir un sentido que vaya más allá de constatar que la tendencia al juego sucio ha tenido pocos frenos en nuestra sociedad. El sinsentido de este retablo está vinculado directamente al desconocimiento que tenemos del móvil de los delitos –presuntos o probables – que se cometieron en un céntrico restaurante o en otros lugares de Barcelona y el país. Como enseñan las novelas y filmes de policías y ladrones, todo crimen responde a un móvil y, cuando eso no está claro, la realidad parece un teatro caótico de marionetas. Cada día nos suministran detalles de este guiñol, pero todavía no sabemos qué objetivo perseguían los que se dedicaron –parece- a acumular dosieres sobre varios personajes públicos. Quizás –soy malpensado- no lo sabremos nunca a ciencia cierta.
Mientras todo este espectáculo de barraca de feria tiene lugar ante de nuestros ojos y nos exclamamos, no puedo evitar pensar que lo más interesante debe estar “fuera de campo”, para decirlo como los fotógrafos y los cineastas. Lo que se nos muestra atrapa nuestro interés pero no deja de ser –de momento- una historia vulgar de chismes organizados a gran escala. Como más va, más me pregunto por todo lo que está quedando fuera de campo: los nombres que no salen, los lugares que no se mencionan, las relaciones que no se consignan, las declaraciones que se obvian… En el fuera de campo, están las ausencias significantes que quizás nos ayudarían a comprender qué demonios representa todo esto. ¿Por qué unos y no otros? También el móvil está fuera de campo.
Los situacionistas –pioneros de una lectura crítica y astuta de la sociedad hipercomunicada- proclamaron que “lo verdadero es un momento de lo falso”. Me dan ganas de pensar que quizás hay mandos de algunos servicios de inteligencia o similar que se han leído a fondo los textos de Guy Debord y que, más aplicados que los jóvenes de la CUP a la hora de hacer guerrilla comunicativa, han aplicado estrategias básicas de la revuelta para montarnos una ceremonia de la confusión que está consiguiendo lo que, tal vez, alguien quería: generar la reacción en un escenario de eventual revolución. Escribo reacción y revolución en cursiva, porque, afortunadamente, no vivimos en 1936 y, tanto la una como la otra, deben considerarse bajo formas incruentas y nuevas, más propias de la sociedad en red que de las sociedades en jaula que conocieron nuestros padres y abuelos.
Si el miedo falla, hay que ir más allá. Y el miedo ha fallado bastante, cuando menos entre las clases medias que, en otro momento, se hubieran encogido. ¿Qué hay más allá del miedo, queridos lectores? La porquería en todo su esplendor. La porquería verdadera y la construida y, en el medio, los mil tonos grises de la porquería imaginada o intuida. Cuidado, no querría ser malinterpretado: Catalunya tiene corruptos indígenas –alguno muy ilustre- y delincuentes de todo tipo, no somos un país de ángeles y –como he escrito docenas a veces- debemos abordar una regeneración implacable, inmediatamente. Dicho esto, y como recordaba ayer el colega Toni Soler en RAC1, a nadie se le ocurre proclamar que hay un oasis español de podredumbre a pesar del estallido del caso Bárcenas o del caso Gürtel. Parece que sólo la catalanidad es intrínsecamente corrupta a ojos de determinados narradores y prescriptores, un asunto digno de tesis y de la atención de los fiscales que se dedican a los delitos de xenofobia, racismo, antisemitismo y discriminaciones similares.
El miedo fabricado por la propaganda es anacrónico y más cuando la crisis ha llevado los miedos reales y tangibles del paro, los desahucios y la precariedad a muchas personas. Además, el miedo a raudales tiene un efecto limitado en una sociedad donde los jóvenes han hecho Erasmus, las abuelas navegan por internet y los programas más vistos en la tele son los de animales domésticos. Parece más eficaz, a priori, hacer aflorar muchos excrementos durante un corto periodo de tiempo, si lo que se quiere es la desmoralización colectiva y el abatimiento, que es el prólogo de la pasividad. La desmoralización conduce fácilmente a la desmovilización porque mata las ilusiones y las energías. Ante el panorama del estercolero, mucha gente puede sentirse engañada por toda la clase política y, de rebote, puede desentenderse de cualquier proyecto de cambio político. Pregunten quiénes son los más movilizados hoy en Catalunya.
La máxima dirigente del PP catalán comiendo en un reservado con una expareja de Jordi Pujol Ferrusola mientras unos detectives privados graban la conversación. ¿Y si resulta que estamos ante un sensacional Macguffin, uno de aquellos ganchos argumentales que aparecen en algunas películas de suspense para hacer avanzar la historia pero que, en realidad, no tienen importancia? Hace días que le doy vueltas y sólo querría que el maestro Hitchcock fuera el director de esta producción, porque sería de más calidad. En este caso, volveríamos al fuera de campo: todo lo que se está divulgando ahora podría servir para esconder otros hechos que –estos sí- deberíamos conocer para no ir vendidos. Quizás estoy muy equivocado o quizás no.