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Francesc-Marc Álvaro | En mode avió
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15 feb 2013 En mode avió

Desde hace algún tiempo -me aseguran fuentes generalmente bien informadas- siempre que hay una reunión ellos ponen los teléfonos móviles en modo avión, para prevenir.

Este ellos hace referencia a políticos y dirigentes del mundo económico y social de Catalunya, convencidos de que es posible o muy probable que alguien esté escuchando y grabando lo que dicen. No sé si el modo avión es una buena solución contra los espías, otros advierten que lo único que funciona de verdad es extraer la batería del aparato. Sea como fuere, es un hecho comprobado por este cronista que, a fecha de hoy, la gente que tiene algún cargo o alguna responsabilidad en el país habla menos por teléfono y, sobre todo, procura que las conversaciones importantes sean siempre cara a cara. Claro está que, después de según qué noticias muy recientes -que recuerdan las aventuras de Mortadelo y Filemón-, no se descarta que el personal acabe comunicándose mediante señales de humo y palomas mensajeras.

Todo esto da risa y también indigna. Porque una cosa es la lucha imprescindible y ejemplarizante contra la corrupción, los corruptos y los corruptores y otra es volver a la España de la Santa Inquisición, donde todo el mundo era culpable de entrada. Me he manifestado repetidamente a favor de mejorar los controles democráticos y endurecer las penas contra los que consideran las instituciones su negocio, por eso puedo decir claramente que el actual clima de sospecha general, de histeria y de espionajes a raudales no es la respuesta madura y seria que exige una sociedad que, en teoría, vive bajo un Estado de derecho.

¿Se acuerden de La vida de los otros? En aquella película se retrataba muy bien el ambiente putrefacto de espionaje institucional y rutinario que construyeron los gobiernos de la Alemania comunista, como el resto de los países del bloque soviético. Los ciudadanos de aquella tiranía fundamentada en la fábula del hombre nuevo sufrían la violación sistemática de su intimidad a cargo de miles de funcionarios del Estado, que no tenían otra tarea que ir acumulando información -a menudo trivial- para castigar a quien se salía del dictado oficial. Todo el mundo sabía que su existencia acababa reducida a un dossier que podía dar lugar a todo tipo de represalias.

No me gusta vivir en un país donde da miedo hablar por teléfono. No me gusta vivir en un lugar donde no sé quién se dedica a acumular conversaciones privadas para traficar, quizás, con este material cuando el mercado de la basura se anima. No me gusta vivir en una democracia que va camino de ser una parodia siniestra. ¿Qué separa un sistema de libertades y garantías de otro tipo de regímenes? Pequeños detalles como hablar por teléfono sin pensar cada palabra o ir al restaurante sin tener que conversar con mímica.

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