21 mar 2013 Fent amics
Hacer amigos es bonito, sobre todo si te dedicas a la política. Algunos políticos de Madrid parece que no tienen otro objetivo en la vida que quedarse sin ningún amigo en Catalunya. Paradójicamente, son los que más predican una unidad sacrosanta de España. Ahora verán por qué lo digo. Hace pocos días, visitó Barcelona el presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, sucesor de Esperanza Aguirre. Además de celebrar una reunión institucional con el presidente Artur Mas, este barón del PP almorzó con varias personalidades del mundo empresarial catalán. Como explicó muy bien Manel Pérez en las páginas de Economía de este diario el 10 de marzo, la intervención de González tuvo como eje «la deriva independentista» de nuestro país y la crítica al modelo autonómico porque «castiga a Madrid». Muchos de los congregados quedaron sorprendidos -azorados- por el tono y el fondo del discurso del presidente autonómico madrileño, repleto de datos incorrectos, desfigurados o sesgados.
La comida de González y los directivos y empresarios catalanes no fue muy bien. El colega Pérez recogía en su crónica el caso de Rosa Esteva, presidenta del grupo de restauración Tragaluz, «que aseguró que nunca había sido independentista, pero que después de su intervención se sentía mucho más próxima a esta opción». He hecho mis investigaciones y he sabido que el efecto de las palabras del heredero de Aguirre sobre las élites barcelonesas no fue malo, fue catastrófico. Uno de los presentes en el almuerzo lo resume de la siguiente manera: «Después de escuchar a este personaje, estoy dispuesto a firmar a favor de la secesión de Catalunya». Resulta que son palabras de un directivo nada catalanista, nacido fuera de Catalunya, que habitualmente habla en castellano y que, en su día, tuvo altas responsabilidades en la Administración central. Este mismo ciudadano añade otra nota, muy interesante: «Más de la mitad de los que escucharon a González en el hotel Casa Fuster, al salir, decían cosas muy parecidas a lo que yo estoy diciendo». Alguien, desde el mundo soberanista, debería enviar un lote de cava al señor González por la buena labor hecha entre nuestras élites.
Estamos ante un fenómeno que merece estudios y tesis doctorales. En vez de aplicar una inteligencia estratégica que seduzca a las élites empresariales catalanas contrarias al divorcio Catalunya-España, los dirigentes del PP (y algunos del PSOE también) son especialistas en fabricar independentistas, incluso en los ambientes más hostiles a este proyecto. José María Aznar sobresalió en este sentido, y es un hecho estadísticamente comprobado que su ofensiva españolista recentralizadora es uno de los elementos que contribuyó más poderosamente a situar el independentismo en la zona central de la política y la sociedad catalanas. Es lo del tiro por la culata. Cuando llegamos a este punto, siempre confirmo que uno de los grandes puntos débiles del centralismo es consumir la propia propaganda como si fuera el análisis de la realidad.
¿Consideran que González favorece o perjudica el diálogo entre Catalunya y el poder español? Ahora se habla mucho de diálogo, cuando debería hablarse quizás de supervivencia y de eficacia, para evitar eufemismos y disgustos. A la vista del almuerzo mencionado, queda claro que los llamados separadores deberían preocupar mucho más a las élites catalanas favorables a mantener el statu quo que los llamados separatistas. Sobre todo porque los separadores desprecian sin disimular los esfuerzos de las élites catalanas por buscar una salida alternativa (intermedia y dotada de dinero) a la vía del Estado propio. Si no fuera así, González y los de su cuerda vendrían a Catalunya a escuchar con modestia y ganas de entender, en vez de venir a mostrar músculo, hacer reproches y expresar advertencias solemnes que suenan a pura amenaza.
No soy tan ingenuo de creer que el mal sabor de boca dejado por el presidente madrileño durante un rato en Barcelona altera completamente y de la noche a la mañana las prioridades legítimas de las élites catalanas. Las conversiones no son nunca automáticas ni en serie, por descontado. Antes de González, hace unos meses, Ruiz-Gallardón también pasó por aquí, para señalar la recta vía a nuestros próceres, un espectáculo sensacional de pirotecnia de Estado, según han explicado los afortunados que disfrutaron de él. Y después de González vendrán más, sin necesidad de cobertura del CNI o detectives privados, porque estas cosas se hacen a plena luz del día. Toda exhibición de fuerza necesita publicidad y esta película va de eso. Mostrar músculo y hacer un poco de miedo. Ya se ve que no se trata de hacer amigos, sino de fabricar obediencia. Conseguir que obedezcan, ahora con un azucarillo, ahora con el palo. Ayer supimos que el Gobierno podrá retirar las ayudas a los trasplantes de órganos a las autonomías que no cumplan el déficit. Tanta sensibilidad no se había visto nunca.
El presidente de la autonomía madrileña consigue que mucha gente de orden de Barcelona acabe considerando -medio en broma, medio en serio- que quizás el independentismo no es aquella fantasía absurda alimentada por TV3, ERC y un Mas extraviado, sino el camino menos malo ante la fanfarronada estructural. Que le hagan un monumento a González, por favor.