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Francesc-Marc Álvaro | La virginitat de Colom
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30 may 2013 La virginitat de Colom

De esta polémica sobre la estatua de Colón vistiendo una camiseta-túnica del Barça, lo que más gracia me ha hecho es escuchar a los habituales mandarines metropolitanos (versión diseñador y versión pensador/gestor cultural) advirtiéndonos del pecado de «privatizar la ciudad» y «vendernos el espacio público». ¡Ay, pobres de nosotros, consumidores y adoradores del capitalismo global! Seremos castigados con siete años más de crisis por haber cedido a las ambiciones perversas de las empresas que piensan que todo se puede comprar. Y el alcalde Trias, en vez de denunciar con contundencia la farsa colosal de estos que ahora actúan como vigilantes de los monumentos, ha declarado que, si hubiera previsto el alboroto, «no lo habríamos hecho». Por favor, alcalde, aguante un poco más, no se puede ser simpático siempre.

Las lamentaciones puritanas de los protectores del monumento a Colón son, en general, de una hipocresía estratosférica, además de conformar un mensaje que llega con considerable retraso. La capital de Catalunya, especialmente a partir de 1992 y los Juegos Olímpicos, apostó descaradamente por hacer, al por mayor, lo que ahora se ha hecho al detalle con este monumento dedicado al famoso almirante. ¿Quizás no hemos puesto toda Barcelona en venta desde hace años? ¿Cómo es que ahora tenemos tantos escrúpulos cuando nos hemos dedicado a hacer y alabar un modelo de ciudad que pone al turista por delante del habitante y la postal por delante de la realidad? ¿Alguien piensa que todo el mundo sufre amnesia? Si hemos disfrazado con una camiseta del Barça la estatua de Colón es porque vivimos, desde hace décadas, en un ambiente propicio a estos festivales. Nada sucede por casualidad.

A raíz de este cachondeo, de sopetón, he comprobado que estoy rodeado de incontables almas puras y sensibles, que detestan la publicidad, el marketing, el turismo y las promociones espectaculares de una gran ciudad como Barcelona. Pensaba que estas voces tan delicadas estaban encantadas con el parque temático que nuestros patricios -políticos, empresarios y gestores más o menos acreditados- han montado en medio de un considerable consenso ciudadano, hay que subrayarlo. Sobre todo porque este parque temático era, en un momento dado, la metáfora perfecta de la modernidad, el cosmopolitismo, la apertura, el Mediterráneo plural y no sé qué más. Recuerden que el Fòrum de les Cultures Barcelona 2004 consistió en intentar resucitar, precisamente, el empuje olímpico del cual todavía somos hijos. El intento no salió gratis. La cuestión era vender y comprar, en la mejor tradición del país, pero a una escala que no habían conocido nuestros padres. Todo aliñado con visitas del Dalai Lama y sesiones de sabios charlando sobre los valores, no fuera que el botiguer acabara matando al comisario cultural de turno.

El asunto es realmente digno del doctor Freud. Llego a una conclusión provisional, y que nadie se ofenda: el monumento a Colón es sagrado y no lo sabíamos. Sagrado y reconsagrado, más que la Sagrada Família, objeto principal del turismo de masas que hemos conseguido fidelizar. Quiero decir que el pobre Colón no puede ser -según los vigilantes de la nueva moral arquitectónica- violado, profanado y saqueado por la voracidad del mercado, el deporte-espectáculo, las multinacionales o la tontería kitsch que da de comer a miles de familias. Colón ha perdido la virginidad al emular a las estrellas azulgrana y ahora tenemos un disgusto. De todos modos, no hay que sufrir: estoy seguro de que alguien, pronto, para salvar el honor de Colón y demostrar que Catalunya es una sociedad secuestrada por los nacionalistas («los nazis», según la moda), propondrá convertir el Fossar de les Moreres en un espacio para que los jóvenes se emborrachen las noches de los viernes y sábados. Una cosa va por la otra, dirán. Ciudadanos de este tipo tenemos unos cuantos y sus ocurrencias siempre van bien para comprobar que, como decía el clásico, el resentimiento y el autoodio son la gasolina de los necios.

Sagrado o no, el monumento a Colón ya no es lo que era. Por lo tanto, calma. Gracias a la camiseta del carajo, el almirante quizás tendrá una nueva vida turística y, de rebote, su americanismo retórico y rancio se convertirá en una cosa más viva, fresca, global y contemporánea por la vía Messi, estrella mundial, catalana, argentina, americana y sideral. Tengamos presente, además, que estas polémicas de andar por casa nos permiten purgar algunos demonios que, de otra forma, podrían hacernos daño. Por eso no estoy con los que han dicho que este lío no va a ninguna parte. Al contrario: retrata a todo el mundo y, de paso, ilumina las imposturas de la tribu. Por ejemplo, y sin ir más lejos: ¿podemos debatir seriamente sobre la conveniencia de disfrazar a Colón mientras las autoridades (y las almas sensibles) toleran las estatuas humanas de la Rambla?

Barcelona tiene un monumento (y una plaza) dedicado a un insigne comerciante de esclavos -Antonio López- y eso no parece generar grandes polémicas, excepto entre los amigos de SOS Racisme y de CC.OO. y UGT que, hace un tiempo, pidieron la retirada de la cosa. Yo propongo que, ahora que ya hemos empezado, pongamos el uniforme más apropiado a quien fue marqués de Comillas. Se aceptan ideas.

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