07 feb 2014 Un rellotger que tanca
Me explica que se jubilará pronto y cerrará el negocio. Ya se sabe, los hijos se han dedicado a otras cosas y llega el momento de bajar definitivamente la persiana. A diferencia de los establecimientos emblemáticos de Barcelona que no pueden hacer frente a los nuevos alquileres y generan un debate sobre la conveniencia de dedicar recursos públicos a salvar comercios, este veterano relojero de mi ciudad terminará discretamente, sin hacer ruido, y sin apretar el botón de las nostalgias. El hombre se jubila, cierra la tienda, dice adiós y, salvo su fiel clientela, nadie hará caso. Todo pasará en medio de una indiferencia granítica, con aquella normalidad con la que siempre han cerrado y abierto negocios. Él me lo cuenta con tranquilidad y sólo le noto una desazón y un cierto disgusto cuando afirma que «se está perdiendo el oficio».
Cuando él dice «oficio» quiere decir el oficio de relojero. Ser relojero -entiendo rápidamente- no quiere decir sólo comprar y vender relojes, es otra cosa. Se detiene un instante tras el mostrador y evoca sus comienzos. Aprendió el oficio a partir de los 14 años, en la antigua escuela de relojería de Barcelona, en la calle Boters, que habían montado y pagaban las grandes firmas suizas para formar personal solvente. Tras la escuela, fue aprendiz y, con el tiempo, se convirtió en un profesional experto que, una vez que hubo trabajado para muchas empresas del sector, abrió su tienda. Toda una vida abriendo relojes. Toda la vida dando cuerda.
Cuando él dice «relojes» no quiere decir productos que funcionan gracias a la electrónica y que -según precisa- no tienen ningún secreto ni requieren habilidad especial alguna. Cuando él habla de relojes se refiere, principalmente, a objetos mecánicos de precisión que debían ser fabricados y reparados con buenas y delicadas manos, y con una dedicación digna del monje y del artista.
El relojero que cierra reflexiona ante mí: cada día quedan menos relojeros de oficio que sean capaces de desarrollar con éxito una actividad que demanda intuición, experiencia y paciencia. Me explica -y la información me sorprende- que, en Suiza, las marcas más reputadas repescan con buenos sueldos a los jubilados para que sigan trabajando, dado que faltan manos diestras que puedan hacerse cargo de ciertas fabricaciones con la eficacia y la calidad que corresponden. El relojero como minoría sabia a punto de desaparecer es asunto de gran novela. Antes, desaparecieron también los albarderos o los linotipistas.
«¿Qué harás cuando te jubiles?», le pregunto antes de marcharme. «Seguiré abriendo relojes en casa, por hobby, tengo algunos que son verdaderas piezas de museo», dice sonriendo. A eso se le llama pasión. «Y me dedicaré a escuchar el corazón de los grandes relojes, es una maravilla»,