24 feb 2014 Colpisme i moderació
Se cumplieron ayer 33 años del intento de golpe de Estado del 23 de febrero de 1981, una fecha de la cual guardo perfecta memoria, sobre todo gracias al rostro blanco como el papel de mi maestra de entonces, una señora vinculada al PSUC que ya se veía haciendo las maletas para exiliarse. Ahora, cuando el término moderación parece que cotiza al alza y se utiliza de una manera equívoca, es oportuno recordar lo que en aquella época pasó con algunos moderados ejemplares. Hagamos memoria, es un ejercicio saludable que permite comprender que no hemos llegado a ciertos planteamientos por casualidad.
Al día siguiente de la intentona golpista protagonizada por Tejero, el Rey se reunió con los líderes de los grupos con representación en las Cortes, excepto con los dirigentes de lo que entonces se llamaba la Minoría Vasca y la Minoría Catalana, el PNV y CiU. ¿Por qué fueron excluidas dos fuerzas moderadas, pragmáticas, centrales y sensatas que habían contribuido lealmente a sacar adelante la transición? Roca había demostrado, como padre redactor de la Constitución de 1978, que los herederos del catalanismo político hacían un gran esfuerzo por encajar sus demandas en las necesidades generales de un proceso delicado y asediado por elementos reaccionarios. CiU, en aquel momento, no tenía nada en su ideario ni en su manera de hacer que pudiera ser calificado de separatista y, por otra parte, era evidente que la sociedad catalana todavía confiaba en que la autonomía permitiría asegurar un autogobierno amplio. El sentido de la gobernabilidad y de la estabilidad demostrado por Pujol superaba el de los dirigentes de los grandes partidos como UCD, AP (precedente del PP) y PSOE. El premio a los moderados catalanes y nacionalistas fue la exclusión de algo más que una foto. Los separadores actuaron antes que los separatistas. Por cierto, no consta que, en aquel momento, las élites empresariales catalanas lamentaran un feo tan considerable a los moderados más sólidos.
¿Qué es la moderación hoy? El debate está servido. A mi parecer, ser moderado ahora es pensar -por ejemplo- que mi voto, el de cualquier lector de La Vanguardia y el del abogado Emilio Cuatrecasas valen exactamente lo mismo. Ser moderado es defender que un presidente de gobierno debe escuchar a todo el mundo con atención pero no debe ser el criado de nadie. Es afirmar que el espíritu de nuestra época es la extensión de la democracia y no su limitación. Ser moderado es asumir que las leyes escritas por los hombres no son sagradas y que pueden cambiarse. Es aceptar que el diálogo de veras debe ser sobre todo lo que las partes desean y sin vetos ni limitaciones antes de empezar. Es no insultar ni despreciar los anhelos expresados pacíficamente. Ser moderado es comprender que la mayor moderación es poder organizar un referéndum para saber qué piensa la gente.