24 abr 2014 El segle del periodista Pons
Estamos en el siglo XXI pero todavía no hemos acabado de entender el XX, durante el cual hemos nacido la mayoría de los que estamos vivos hoy. El siglo pasado fue fascinante porque mostró lo mejor y lo peor de la condición humana, la megamuerte y también la instauración de los derechos humanos, para decir dos extremos. En este delta donde la actualidad y la historia se encuentran como lo hace un río al llegar al mar, conviven historiadores y periodistas tratando de arrojar luz sobre unos acontecimientos que no podemos contemplar con la perspectiva generosa con que hablamos de los antiguos egipcios, las cruzadas o la guerra de la Independencia. Los académicos se han inventado una disciplina para poder moverse en este terreno propio de los informadores y lo denominan «historia del presente». Y también hay periodistas que, haciendo el camino en dirección contraria, se visten de arqueólogos de instantes remotos, para tratar de encontrar noticias allí donde todo parece clausurado. Entre los profesionales del pasado y los profesionales del presente, vamos dando sentido a unos tiempos demasiado lejanos para la desazón de las redacciones y demasiado próximos para la calma de los archivos.
Agustí Pons, que es un periodista veterano y un escritor de talento del que hay que destacar sus importantes biografías de figuras culturales, ha querido visitar esta tierra de nadie donde el pasado todavía no se ha enfriado del todo e invita a las preguntas. De esta aventura ha salido un libro exquisito, 1914-2014. Per entendre l’Europa del segle XX (Pòrtic), un ensayo de interpretación histórica que -con una afortunada combinación de amenidad e inteligencia- visita el mundo del que venimos, con gran libertad y a partir del diálogo con diez libros. Diez títulos que han ayudado a Pons a comprender estos cien años, según confiesa en la introducción. Comprender, he ahí la operación básica que todo periodista debe hacer antes de explicar o comunicar algo. A veces, se comunica sin haber intentado entender y, entonces, los resultados son desastrosos porque se tiende a fabricar ruido en vez de separar el grano de la paja.
Entre las obras que hacen de hilo conductor de las reflexiones del periodista barcelonés encontramos, por ejemplo, El mundo de ayer, de Zweig; Archipiélago Gulag, de Solzhenitsin; El segundo sexo, de Beauvoir; El crepuscle de la democràcia, de Ferran Sáez, o El largo viaje, de Semprún, que siempre ha estado entre sus referentes. Pons utiliza autores potentes para recorrer fenómenos que han construido nuestra manera de vivir y de pensar, episodios que nos han modificado como miembros de este club denominado humanidad, subsector Europa. Al hacerlo, hurga en las certezas del lector y eso provoca que revisemos lo que pensamos o lo que creíamos que pensábamos. Estamos ante un ensayo tan valiente como higiénico, con el deje escéptico de un ciudadano nacido en 1947 bajo una dictadura y convertido -gracias a su oficio- en un observador agudo de los cambios de todo tipo. De los que parecen modas y acaban siendo categoría y de los que se pretenden revoluciones pero no pasan de anécdota.
En Temps indòcils, Pons hacía de cronista irreverente de su generación y daba un testimonio inusual -a veces políticamente incorrecto- de unos años convulsos. Ahora, en este libro, ha enfriado la pasión y hace un autorretrato con punta fina de un profesional de la prensa -de un escritor de diarios, para decirlo como Umbral- que siempre ha tenido los ojos puestos en la historia como los ha tenido en la tradición dentro de la cual se inscribe, y que conforman los Maragall, Xènius, Gaziel, Pla, Cabot, Soldevila, Planes, Sagarra, Luján, Ibàñez Escofet, Montserrat Roig, Espinàs o Porcel. Con un juego de espejos planificado a conciencia, sutilmente dispuesto, Pons se va definiendo como un librepensador que, al mismo tiempo y bajo la advocación de Churchill o de quien sea, sabe enseñarnos el ángulo muerto de muchos momentos clave que recordamos o nos han dicho que recordamos. En sus manos, el siglo XX es una gran noticia que debe ser releída atentamente, más allá de ciertos mitos.
Jean Daniel tiene escrito que los que se ocupan de la actualidad son «escribanos de lo efímero». Pons coincide con su eminente colega francés. Y por eso elabora, a partir de su larga experiencia, la teoría del periodista y la escalera de pintor, un canto a la responsabilidad crítica de un oficio que tiene una fama tan mala como la de político: «A medida que [el periodista] vaya subiendo peldaños su percepción de la realidad se irá haciendo más panorámica y, por lo tanto, más compleja». Una complejidad que se desprende de los hechos, por encima de todo. Pons no quiere crear falsas expectativas: «Lo que pretende el intelectual es encontrar una teoría -propia o de otros- que sea capaz de dar coherencia global a lo que está pasando en el mundo. El periodismo, en cambio, consiste en intentar entender, cada mañana, el mundo, y explicarlo con las mínimas líneas, o con las mínimas palabras, posibles. El periodista no se juega su prestigio si la realidad de lo que pasa en el mundo desmiente el punto de vista del cual parte a la hora de intentar entenderlo». Hay que observar el siglo XX desde lo alto de la escalera de pintor, aunque se sufra vértigo.