15 oct 2019 Después de la indignación
La indignación del independentismo por la sentencia del Supremo (con el apoyo mesurado pero firme de otros entornos, como los grandes sindicatos) es intensa y, tarde o temprano, deberá transformarse en otra cosa. No será fácil. Aunque la protesta une a todas las familias del soberanismo, es evidente que no hay criterios claros y concertados sobre el camino que tomar tras las jornadas dedicadas a denunciar la judicialización del conflicto.
El impacto político y moral que representan las penas duras contra los líderes reafirma la prevalencia de la mirada emocional por encima de cualquier otra consideración, y eso alimenta la nostalgia por la política heroica que en octubre del 2017 no culminó pero se había prometido solemnemente desde la cúpula independentista. En medio, está el Govern Torra, que se proclama solidario con los manifestantes y, a la vez, debe mantener el orden público, una doble vocación imposible de combinar. No se puede ir a misa y repicando sin desgastar las instituciones a la velocidad de la luz. El esquema Hong Kong no funciona si el president es soberanista. Cada vez que los Mossos d’Esquadra cargan contra los independentistas, ganan puntos esos que (disfrazados de nueva política) señalan a ERC y JxCat como traidores, obviando la militancia de los que están en prisión. Explorar los límites de la protesta para ensayar una supuesta desobediencia hace más daño a la Generalitat que a los poderes del Estado.
Explorar los límites de la protesta hace más daño a la Generalitat que a los poderes del Estado
Pero la antipolítica no es una tentación sólo de algunos independentistas. La sentencia del Supremo certifica la apuesta antipolítica del corazón del Estado ante un problema histórico que exige, como mínimo, el coraje que algunos demostraron en la transición. Hoy, los dos millones de catalanes que quieren un Estado independiente tienen menos motivos que ayer para querer seguir formando parte de España. Por eso provoca risa que Sánchez despache el asunto repitiendo que es sólo “un problema de convivencia”, como si se tratara de una reyerta de barrios. No se puede ser tan frívolo cuando se tiene tanta responsabilidad. La campaña del 10-N no debería convertir la crisis catalana en una caricatura.
Andreu Mas-Colell ha escrito en Ara un artículo en el que propone que se canalice la indignación que genera la sentencia mediante nuevas elecciones al Parlament. Es una manera inteligente de intentar salir del bucle y de transformar un escenario negativo en positivo. Eso sí sería un momentum . Siempre y cuando los partidos independentistas aprovecharan para fijar su nuevo centro de gravedad, y sin miedo de hablar claro a los votantes.