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Francesc-Marc Álvaro | Del aparato al trasto
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17 nov 2020 Del aparato al trasto

Alfonso Guerra nos regaló grandes tardes de guiñol cuando iba por el mundo como vicepresidente del Ejecutivo español. Ayer, en un programa de TVE, tuvo nostalgia del títere que fue y soltó una de sus ocurrencias: “Todos los regímenes que persiguen una lengua, el franquismo en Catalunya o el País Vasco, o en Catalunya los regionalistas al castellano, todos tienen rasgos de autoritarismo”. La comparación es ofensiva y, además, parte de una mentira: en la sociedad catalana no se persigue la lengua castellana, basta con dar un paseo por Barcelona o por la localidad que sea. Dicho esto, ¿por qué alguien que fue tan importante se empeña en acabar sus días oficiando de pirómano para deleite de Vox y similares?
 
A falta de un psicoanalista en la sala, acudo a uno de los mejores expertos en Guerra, el escritor Jorge Semprún, que tuvo que soportarlo muy de cerca cuando fue ministro de Cultura de uno de los gabinetes de Felipe González. En las páginas de Federico Sánchez se despide de ustedes , Semprún nos ofrece la radiografía del tipo: “Lo más importante era haberle puesto un cascabel político a Alfonso Guerra, haber denunciado la cultura arrogante y arcaica de aparato que él encarnaba mejor que nadie. Pero que cualquier otro hubiese podido encarnar, en otras circunstancias. Y es la cultura de aparato lo que hay que combatir, lo que hay que reformar permanentemente, con o sin Guerra”. Los que viven en el aparato y son aparato no necesitan pensar, se limitan a emitir tópicos que buscan el aplauso de la parroquia. A Guerra le aplaudían mucho antaño y tal vez añore esos tiempos en los que triunfaba con sus chascarrillos en las plazas de toros, como telonero de su amigo y jefe.
 

A Alfonso Guerra le aplaudían mucho antaño y tal vez añore esos tiempos

 
En la gran rondalla de la transición, Guerra encarna al malo de los buenos, el justiciero que da caña en nombre del pueblo. A falta de Robin Hood, aquí ­tenemos a Rinconete y Cortadillo. El drama es no saber retirarse a tiempo, y pasar de la cultura de aparato a la ­cultura del trasto, de la conspiración permanente a la obsesión de jubilado. Hoy, otros muchos –en todos los par­tidos– siguen practicando lo peor de la cultura de aparato, Guerra no fue el primero ni el último. La cultura arrogante y arcaica de aparato es un refugio perfecto para mediocres, listillos e ­impostores.
 
Lo que Guerra piense del catalán y Catalunya –o de lo que sea– tiene escaso valor. Lo explicó Semprún mejor que nadie: “Su opinión sobre la derecha y la izquierda me deja frío. De todas maneras ya estoy acostumbrado a ser tratado de hombre de derechas por toda suerte de imbéciles”.

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