13 oct 2020 Duralex, algo real
Duralex nos engañó: los que nacimos a finales de los sesenta (y también los de unos años antes) pensábamos que todo era (y que todo sería) como esos platos y vasos de la vajilla que usábamos a diario (menos los domingos) en el almuerzo y la cena. Nuestra infancia tenía la falsa seguridad del mundo irrompible, hecha de ese producto francés y de las muchas cosas de plástico que iban entrando en casa. El gran templo barcelonés de estas ofertas era el Gerplex, en el paseo de Gràcia, un establecimiento que los de fuera de la capital visitábamos fascinados cuando íbamos al médico o al zoo; otro lugar obligado de peregrinaje era la llamada Avenida de la Luz, donde servidor probó las creps por primera vez.
Llego al asunto apasionante del Duralex –que ha hecho suspensión de pagos– después de que hayan transitado por él dos admirados compañeros de este diario, Ramon Aymerich y Magí Camps. El primero nos recordaba la honestidad de un producto que fue creado al margen de “la obsolescencia programada”, mientras que el segundo mencionaba los viajes de muchas familias a Andorra para ir comprando las piezas (de color ámbar o verde) de la vajilla, junto con los licores, el tabaco y el queso de bola; eso lo hacían las familias modestas de la emergente clase media, mientras que otras familias –de más enjundia– acudían para guardar la plata en los bancos del pequeño país: “Una reserva, por si las moscas”, decían. Pocas cosas como el Duralex unen tanto a las diversas generaciones de europeos. Por ejemplo, mi primo de Francia se sentía como en su hogar gracias a esas tazas, cuando veraneaba aquí a primeros de los setenta y se alimentaba de tortilla de patatas y cerveza.
Hay instituciones que son puro Duralex, no se rompen, lo soportan todo
He recordado el Duralex de mis padres gracias al vídeo de catorce minutos donde aparecen varias personalidades públicas diciendo “Viva el rey”, entre las cuales destaca el exministro socialista Corcuera (el de la patada en la puerta), que hace una interpretación tan verosímil que podría recibir algún premio en la presente edición del Festival Internacional de Cine Fantástico de Sitges. A la luz de este documento, se puede sacar la conclusión apresurada de que la peor amenaza para la monarquía son los abrazos de sus defensores. No es así: hay instituciones que son puro Duralex, no se rompen, lo soportan todo. Por cierto, los ingenieros que inventaron esa vajilla se dedicaron solo a la resistencia del material, no pensaron nunca que el diseño debía modernizarse.
Recuerden: los objetos de Duralex no se rompían, pero explotaban en mil añicos. Y no había forma de pegarlos.