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Francesc-Marc Álvaro | El fin del mundo
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15 dic 2020 El fin del mundo

Antes, en el mundo puramente analógico, había apagones de luz y ahora se apagan los servicios de Google, como pasó ayer. Cuando nos quedábamos a oscuras, los mayores revisaban los plomos (un ritual que se hacía vela en mano) para saber si era un problema nuestro o era un asunto grande, que afectaba a todo el barrio o a toda la ciudad; si era un corte generalizado, se imponía la frase “es de ellos”, que también era expresión corriente cuando fallaba la recepción de los programas de televisión de las dos cadenas (en blanco y negro) que hicieron las delicias de los que hemos sido catalogados como generación X (los nacidos después de los boomers , por si hay dudas).
 
Ayer, mientras utilizaba el Gmail, el sistema falló, pero –llámenme inocente– pensé que no era un problema de ellos. No me pasó ni un momento por la cabeza que fuera un fallo de Google, todopoderosa iglesia de la cosa digital. Estaba convencido de que eran problemas de mi ordenador o de los servicios informáticos de la empresa de la que depende uno de mis correos electrónicos. Después, cuando me di cuenta de la magnitud del suceso, sentí una gran decepción: el fin del mundo llegará y no lo hará como nos han mostrado las películas y las novelas: no habrá escenografía apocalíptica ni rayos destructores en manos de seres de otros planetas, esperen sentados que no verán el Armagedón, todo tendrá el perfil bajo de una avería doméstica, ninguna épica, ningún margen para el heroísmo. Los cables saltarán y punto final. Querrás enviarle un watsap a tu mujer y te aparecerá el meme de un gato en bucle. No habrá pena, ni ansiedad, ni gloria: se nos apagará la pila e iremos desapareciendo.
 

No verán el Armagedón, todo tendrá el perfil bajo de una avería doméstica

 
Visto como la pandemia ha imitado las ficciones distópicas, me parece bien que el gran crac sea algo tirando a discreto, que nos obligue a sacar el polvo de la Olivetti (arrinconada en la buhardilla) para escribir las últimas voluntades, mientras perdemos todas las fotos, contraseñas y documentos importantes que la nube debía guardarnos por los siglos de los siglos. El borrado general –que es el pánico que domina entre el personal– ha sustituido a los terrores ancestrales (o los ha multiplicado) que relacionamos con el fin del mundo. Ayer, mucha gente enloqueció buscando tal o cual documento que se había colgado (o descolgado) en el limbo digital; ocurrió en empresas, administraciones, universidades, etcétera.
 
El algoritmo descontrolado quería ser Dios y lanzó los dados sobre la ­superficie lisa de nuestra confianza. Guarden esa agenda vieja de papel, por si acaso.

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