14 dic 2020 Con y sin el PSC a la vez
Las cosas están así: el principal adversario de ERC es el PSC (después de JxCat) y el principal adversario de JxCat es el PSC (después de ERC), y es altamente probable que el concurso de los socialistas sea necesario para aprobar las grandes políticas de país después de las elecciones del 14 de febrero, sea cual sea la composición del Govern. Por eso, en la futura campaña, republicanos y puigdemontistas jugarán a distanciarse lo máximo posible de Miquel Iceta, como si el elector no tuviera presente que ERC ha votado los presupuestos de Sánchez y que JxCat va de la mano del PSC en el gobierno de la Diputación de Barcelona.
Este es el mejor de los mundos para los socialistas catalanes, que no tienen que moverse mucho para aspirar a ser la segunda fuerza del Parlament (o la primera, si la caída de Cs resulta más estrepitosa de lo que dicen las encuestas). Iceta no debe estresarse, le basta con no cometer errores y esperar a que las inercias de la Moncloa le reanimen votantes y lo ayuden a pescar papeletas nuevas entre los que quieren una opción estabilizadora. ERC sigue apostando por penetrar en el electorado socialista metropolitano (desde un posibilismo que ayer explicaba Junqueras en estas páginas), por lo cual mantiene el apoyo a Sánchez y no puede permitirse un discurso que demonice excesivamente este espacio, aunque el guion de los republicanos pasa por negar tajantemente un tripartito. Los de Puigdemont, en cambio, juegan a atizar al PSC y al PSOE, como si eso fuera el termómetro del compromiso con la independencia.
La complejidad social catalana encuentra en el partido de Iceta una expresión articulada capaz de consensuar políticas
La retórica de JxCat y de ERC sobre el PSC no puede desligarse de algunos hechos que ahora recordaré. Primero: los republicanos –en teoría– pueden pactar con los puigdemontistas y con los comunes, mientras que los de Puigdemont solo pueden hacerlo con los republicanos. Segundo: la CUP, que ahora quiere competir como nunca para atraer a votantes de los comunes (con Dolors Sabater como cabeza de lista), no parece muy predispuesta a repetir acuerdos con JxCat. Tercero: los comunes excluyen, por principio, cualquier acuerdo con JxCat mientras contemplan pactos con ERC, circunstancia muy importante. Cuarto: los socialistas han demostrado no tener problemas para suscribir acuerdos con republicanos y JxCat y también podrían pactar –seguramente– con el PDECat, si los de Chacón entraran. Y quinto: la lucha por el primer puesto entre JxCat y ERC no es solo por presidir la Generalitat, sino por saber qué estrategia (y política de alianzas) recibe el aval mayoritario de las bases del procés.
El PSC sigue siendo la rótula indispensable de un país en que la soberanización del catalanismo no ha alterado la complejidad social. Esta complejidad encuentra en la opción socialista una expresión articulada capaz de dialogar y consensuar políticas con los independentistas, algo que no ocurre con el PP ni con Cs. La aplicación del 155 tapó esta realidad, pero es tozuda. Eso lo sabe Junqueras y lo sabe (sin decirlo) Puigdemont. Si al cuadro sumamos que el PSOE gobierna España, queda claro que no se repetirá el paisaje de diciembre del 2017.