01 mar 2021 El espacio fantasma
Nunca dejará de sorprenderme la capacidad que tienen muchos políticos de refugiarse en análisis que les son tan confortables como dudosos. David Bonvehí, presidente del PDECat, ha declarado, tras las elecciones, que “aunque no hemos llegado a los objetivos que nos habíamos fijado, hay un espacio electoral que existe, los 77.000 votos recibidos lo demuestran”. El hecho es que, con el 2,72% de papeletas, la marca que se reclamaba heredera directa de Convergència (CDC) no ha entrado en la Cámara catalana. La pregunta es obligada: ¿hay espacio para un proyecto como el del PDECat o hablamos de un espejismo? Mi respuesta –provisional– es la siguiente: hoy, no; dentro de un tiempo, tal vez. Pero debería ser un proyecto formulado de manera muy diferente a lo que hemos visto.
En medicina, existe lo que se conoce como síndrome del miembro fantasma: la persona nota una pierna o un brazo tras una amputación, las sensaciones perduran y pueden ser dolorosas. El espacio que había articulado CDC y Convergència i Unió (CiU) va camino de ser un espacio fantasma: no hay un partido sólido pero seguimos sintiendo algo que, desde el punto de vista social, tiene que ver con una cultura política que ha desaparecido después de varias transformaciones y escisiones. El espacio fantasma convergente puede provocar molestias, como todo miembro amputado, con más o menos intensidad. Por ejemplo, cuando el PSC aparece como el único partido de orden (porque ERC tiene demasiado trabajo quedando bien con los que le acusan de “traición”), la ausencia de los convergentes es espectacular, no hay contrapeso: la escalada vandálica en Barcelona muestra esta circunstancia
Cuando el PSC aparece como el único partido de orden, la ausencia de los convergentes es espectacular
Mi diagnóstico parte de dos fenómenos comprobables: el procés ha movido todo el mapa político catalán hacia la izquierda (en un país donde casi nadie quiere ser “de derechas”) y el desgaste de CiU (más las sombras de corrupción) ha desprestigiado el pragmatismo que era marca de la casa, factor multiplicado por el sesgo antipolítico procesista, sobre todo a partir del paso al lado de Mas. Muchos convergentes históricos visten el disfraz de maulet. Observen que la parte de legado convergente que absorbe Junts queda disimulada porque los de Puigdemont dicen ubicarse en el centroizquierda (como ERC) y dicen mantener el choque con el Estado (como la CUP); Calvet y el resto de los convergentes que no se han largado serán invisibles.
En este contexto anómalo, marcado por una inflamación simbólica muy fuerte, un partido que se defina como independentista, de centro, gradualista y de orden tiene escasas posibilidades de cuajar. Puede interesar, pero una parte de su público acaba votando a Puigdemont. Es lo que le ha pasado al PDECat, aunque Àngels Chacón ha sido una buena candidata. Añadamos a eso el extraño papel de Mas durante la campaña (ha participado en actos pero no ha querido criticar a Junts), la gestión del Govern Torra, los vínculos con los cráteres convergentes y, como remate, el PNC de Marta Pascal, irrelevante pero les ha quitado 4.500 votos.
Además, el mundo cambia. Lo que pretende el PDECat solo tendría alguna oportunidad si conjura la nostalgia y no recuerda en casi nada a la desaparecida CDC.