22 mar 2021 Mercado de impotencias
Si el pacto es la esencia de la política democrática es porque ningún bando tiene la capacidad de imponer su programa al cien por cien. Prevalece, entonces, la segunda opción de cada actor, como señala acertadamente Daniel Innerarity. Con esta plantilla, la transición española se explica habitualmente como un empate de impotencias entre un régimen dictatorial que no tenía fuerzas para perpetuarse y una oposición democrática que carecía de apoyos para impulsar una ruptura; así, la salida del franquismo fue una reforma, porque era la segunda opción preferente de los dos bloques enfrentados. Los pactos imperfectos del periodo 1975-78 son la cristalización de las impotencias (y miserias) de unos jugadores políticos que se tragaron muchos sapos.
Traslademos esta teoría a nuestro presente. El independentismo catalán es impotente para sacar adelante un proceso de secesión unilateral y el Estado es impotente para disolver (a pesar de la judicialización compulsiva) la existencia de unos partidos y entidades independentistas que tienen el apoyo –con oscilaciones– de la mitad de la sociedad. Es la cronificación de la crisis catalana. Pero hay dos impotencias mayores, ocultas bajo las que acabo de mencionar: unos lo tienen muy complicado para hacer prosperar un referéndum pactado al estilo escocés (siempre serán una minoría nacional en el tablero del poder español) y los otros han demostrado ser incapaces de ofrecer una oferta de reconocimiento de Catalunya (financiación, cultura y reforzamiento de bilateralidad) lo bastante seria para competir con el proyecto de la independencia (hablo de una cuarta vía, nada de la tercera, inencontrable).
No funcionará un nuevo Govern con una hoja de ruta caducada
El futuro Govern presidido por Aragonès deberá gestionar estas impotencias del mejor modo, teniendo en cuenta que Sánchez accedió a crear la mesa de diálogo; este paso implicaba –lo subrayo– el reconocimiento por parte del Gobierno de un contencioso histórico. La carga de la prueba de la desescalada pasa por la voluntad política del PSOE, que debe enfrentarse a sus fantasmas. Por otra parte, para gestionar estas impotencias, antes, es imprescindible que ERC y Junts compartan diagnóstico, lenguaje y estrategia, y borren los reproches.
El punto ciego es que no todos dentro del independentismo reconocen estas impotencias y, entonces, nos situamos, otra vez, en el paradigma original del procés : el “como si”. Como si pudieran repetirse pronto los hechos de octubre del 2017; como si la Generalitat pudiera ser el motor de una ruptura desde arriba; como si el independentismo tuviera un apoyo social mayor del que tiene. No funcionará un nuevo Govern independentista con una hoja de ruta caducada. Aquí ERC debe marcar la diferencia, sin miedo a las acusaciones de Junts, la CUP, o la ANC. Atención: el relato del rival-socio debilita la apuesta republicana porque la presenta como una adulteración.
Las discrepancias inextricables sobre el llamado Consell de la República solo son un síntoma. Pero un síntoma alarmante. Un Govern con incrustaciones simbólicas que representen una tutela moral sobre el día a día (de no se sabe quién) sería una bomba de relojería.