20 may 2021 El tono y las palancas
Se impone el pragmatismo de tener algún tipo de poder a la pulsión antipolítica visceral que ha seducido durante mucho tiempo a un sector del independentismo, extraviado por la idea de que la autonomía es un obstáculo para la secesión. Gana el hecho obvio de tener palancas y cargos mientras pierde el mito de un poder destituyente y capaz de desbordarlo todo. Finalmente, ERC y Junts han acordado hacer Govern, sobre todo porque no era nada fácil explicar a la parroquia una repetición electoral incierta, lesiva y antipática.
Se ha impuesto también la lógica agónica que condujo a los dirigentes del procés a una declaración unilateral de independencia fake en octubre del 2017: aquella se hizo para que no fuera dicho que no se hacía, y este acuerdo llega para que no sea dicho que no se pacta. En ese caso, el producto era únicamente simbólico. Ahora, en cambio, se crea un nuevo Gabinete autonómico, responsable de gestionar el país en un momento especialmente grave desde el punto de vista social y económico.
Es imprescindible que la nueva presidencia sea sinónimo de liderazgo integrador
Hay una lectura hiperconspirativa de las largas negociaciones según la cual los de Puigdemont –movidos por el gen convergente– distrajeron hábilmente durante muchas semanas a los de Junqueras con el asunto bizantino del Consell per la República, para conseguir, en el último minuto, las conselleries con más poder y presupuesto. No me convence. En este contexto, el azar (y las discrepancias en cada casa) tiene más peso que la inteligencia, como lo tienen la necesidad y la proximidad de la catástrofe, grandes incentivos para cooperar.
Venimos de un Govern sin impulso, incapaz de transmitir confianza y marcado por una presidencia sin autoridad. El nuevo Ejecutivo nace con fórceps y eso no invita al optimismo; sin embargo, no se trata de una mera continuación de lo que hemos visto. Los socios que integran el nuevo Govern son los mismos que integraban el anterior, pero hay tres diferencias sustanciales. En primer lugar, la prelación: se trata de un Ejecutivo de ERC y de Junts, antes lo era de Junts y de ERC, lo cual representa que la responsabilidad principal es hoy para los republicanos, que ostentan la presidencia. En segundo lugar, el liderazgo: Aragonès ejercerá como president sin reservas, nada que ver con el papel de Torra, un activista que se autolimitó desde el primer día. Y, en tercer lugar, el contexto: el anterior Govern arrancó (atropelladamente) durante la larga resaca de un octubre convulso mientras este arranca cuando empezamos a ver el final de una pandemia, que exige políticas ambiciosas que ayuden a la sociedad a recuperarse.
Cualquier gobierno son políticas, prioridades y presupuestos, pero también es un relato. Quien gobierna explica una historia que pretende dar sentido a todo lo que hace, con un tono determinado; el tono del gobernante supone más de la mitad de su éxito ante los administrados. Aunque el acuerdo entre ERC y Junts establece que se elaborará un relato consensuado, en la práctica será el president quien hará esta tarea y quien, con la potencia de su cargo, fijará un tono, un léxico y unos marcos de sentido que serán los de su Gabinete.
Hace demasiado tiempo que las instituciones catalanas sufren una erosión aguda desde dentro, por eso es imprescindible que la nueva presidencia sea sinónimo de liderazgo integrador y de reconstrucción del prestigio. El independentismo olvidó el valor de las instituciones y ahora debe redescubrir una de las claves de bóveda del catalanismo político. Aragonès tiene un encargo no escrito: hacer posible que se vuelva a ver a la Generalitat como un poder que se ocupa de los problemas de los ciudadanos. Eso pasa por dialogar con todos los que esperan algo de la Administración catalana, actores sociales y económicos de todo tipo. Reconstruir el tono institucional de la presidencia y del Govern es el objetivo principal de Aragonès durante los primeros cien días.
A pesar de las tensiones inevitables, los gobiernos de coalición, una vez despegan, tienden a blindarse para funcionar, pasó incluso durante el mandato de Torra. Me apuesto lo que quieran que los principales problemas del nuevo Gabinete no vendrán de su interior, sino de la dinámica en el Parlament (como ha pasado hasta ahora), marcada por las discrepancias entre los tres partidos del bloque independentista. También vendrán del papel diferente que han asumido estas formaciones en la política española y la relación con el Ejecutivo de Pedro Sánchez, porque no pienso que haya ninguna coordinación estratégica en este sentido. Dicho esto, la amenaza mayor para la estabilidad del Govern Aragonès tiene que ver con un gesto que es condición necesaria (pero no suficiente) para la normalización política: la concreción de los indultos para los dirigentes independentistas encarcelados. Y eso –como es sabido– está en manos del Gobierno y sometido a incontables circunstancias. Si los indultos se aplazan, la apuesta de ERC por el posibilismo quedaría en entredicho, así como la credibilidad del president Aragonès. Entonces, sacarían músculo los que ahora propugnan el “cuanto peor, mejor”.