22 jul 2021 Nacho, la noche y el fiscal
La duda me asalta: ¿sería multado o procesado Ignacio Camuñas por decir lo que ha dicho sobre el origen de la Guerra Civil ante la presencia aquiescente de Pablo Casado o la libertad de expresión daría cobertura a su discurso mendaz como lo da a la estupidez de los terraplanistas? Lo digo porque la nueva ley de Memoria Democrática aprobada por el Gobierno Sánchez establece la creación de una fiscalía de sala para la memoria democrática dentro de la Fiscalía General del Estado.
Al encargado de esta labor le tocará garantizar la investigación de los crímenes del franquismo, aunque el Ejecutivo –curándose en salud– habla de las limitaciones que surgirán. No solo porque muchos de los culpables ya han fallecido, también por la prescripción y la irretroactividad de los delitos de esa etapa. Si no lo entiendo mal, se trata de contar con un fiscal que, en la mayoría de los casos, no podrá actuar, lo cual puede resultar peor que la impunidad a la que estamos acostumbrados, pues se generan hoy unas expectativas que acabarán estrellándose contra la realidad legal fraguada durante la transición. Tampoco podrá hacer nada contra mensajes como los que emite Camuñas, cuyos equivalentes en Alemania le costarían muy caro. Será este fiscal, me temo, alguien dedicado a las bellas palabras para mantener la calidad reputacional –uso el palabro de moda– del Estado en una materia en la que el suspenso es estrepitoso, como señaló el relator de las Naciones Unidas.
La nueva ley nace cuando el engorilamiento revisionista del PP y Vox llega a su apoteosis
No obstante, hay que celebrar que se pretenda mejorar con la legislación lo que depende, sobre todo, de la moral colectiva y la educación. El Gabinete de PSOE y Podemos crea una herramienta que, como ya ocurrió con la ley de memoria del presidente Zapatero, llega tarde y mal. La tarea de desfiguración histórica de la derecha ha hecho mella, ante la pasividad –a menudo– de los que deberían haberla frenado. La prueba de ello es que la nueva ley nace cuando el engorilamiento revisionista del PP y Vox está llegando a su apoteosis. Sus dirigentes y altavoces se están gustando cuando blanquean el franquismo, con una actitud calcada del trumpismo, que consiste en vender el odio, la mentira y el disparate como si fueran argumentos honorables contra la corrección política. Pero se trata de chatarra intelectual, equivalente al delirio de los antivacunas.
Con todo, hay algo digno de estudio. ¿Qué hace que un tipo que fue ministro de Suárez y formaba parte del ala liberal de la UCD haya asumido con ardor guerrero las fábulas tóxicas de Pío Moa y demás chamarileros del pasado? Sería fácil decir que hay quienes envejecen mal, pero el asunto tiene más enjundia. ¿Dónde fue a parar ese Camuñas alegre al que la revista Interviú (que siempre llevaba una entrevista con Carrillo y fotos de Nadiuska desnuda) y otros denominaban Nacho de Noche , quintaesencia del político transicional que sabía que los españoles estaban hartos del facherío y la caspa? Tras unos devaneos con Vox, el exministro vuelve al PP con la bandera de una noche que nada tiene que ver con esas veladas relajadas de su juventud suarista; ahora se trata de reeditar “la noche más larga”, negándose a sí mismo para retomar las cosas en el punto en que las dejó Blas Piñar, el notario que fue –en palabras de Vázquez Montalbán– “cabeza visible del integrismo político español parafascista”. El periplo del Nacho crepuscular tiene algo de viaje al fin de la noche, con permiso de Céline, antisemita y colaboracionista además de autor brillante. Mientras, Casado también viaja, pero a otro planeta.