26 sep 2021 Símbolo y karateka
Carles Puigdemont ha demostrado, nuevamente, que su mayor habilidad es aprovechar como un karateka las patadas –bastante torpes– de la justicia española contra su persona, para afianzar su papel como símbolo de algo que gusta no únicamente a los votantes de Junts: el expresident es el único líder independentista que hasta la fecha ha burlado el brazo punitivo del Estado. En un periódico de Madrid califican a Puigdemont de “símbolo antidemocrático”, poniendo en evidencia lo mal que algunos conocen la sociedad catalana. Para muchos catalanes –no todos, ciertamente–, el hombre de Waterloo es un símbolo de resistencia, guste o no. Puigdemont también encarna la promesa de una hipotética victoria, surgida de un interminable juego del gato y el ratón en el tablero judicial europeo. La salida de Puigdemont, el viernes por la tarde, de la cárcel de Giovanni Bachidu encaja perfectamente en este guion. Pero la apuesta de Puigdemont por ir dejando “en ridículo” en Europa –son sus palabras– a la maquinaria del Estado tiene enormes dificultades para convertirse luego en una política efectiva en Catalunya. El juez Llarena va acumulando fracasos, pero el tacticismo que emana de los contragolpes del president exiliado se desvanece contra los límites que condicionan a Junts, formación que oscila entre la retórica sacrificial y la realidad del pragmatismo institucional (del que cuelgan cargos y sueldos). El símbolo Puigdemont crea la ilusión de una secesión unilateral, pero las condiciones objetivas, la correlación de fuerzas y el principio de realidad nos conducen a la imprescindible mesa de diálogo, la apuesta de ERC. Entre una cosa y la otra, una evidencia: no habrá solución al conflicto sin que Puigdemont forme parte de ella. Pedro Sánchez lo sabe.
El símbolo Puigdemont crea la ilusión de una secesión unilateral
Y un aviso: algunos partidarios de Puigdemont, encerrados en su burbuja, acabarán siendo un gran lastre para el futuro del propio expresident.