05 dic 2021 Hablar sin miedo
El fallecimiento de Oriol Bohigas, arquitecto polifacético que podemos considerar el último noucentista (había tratado a Eugeni d’Ors en su etapa final y formaba parte de la llamada Academia del Faro de San Cristóbal), nos deja sin una figura que, además de actuar, no tenía miedo de hablar. En este aspecto, también fue un ejemplo y un referente, tanto si estabas de acuerdo con sus opiniones como si no. Bohigas conocía el arte de la polémica, por eso considero inexacto colgarle la etiqueta de provocador. Si lo que decía provocaba reacciones contrastadas, este era un problema de los que lo escuchaban. Nunca me pareció que jugara a las volteretas de los provocadores de saldo que tanto proliferan entre la espuma. Él hablaba y lo hacía –me atrevo a decir desde la distancia del observador– sin miedo.
Echo de menos gente de peso –de criterio, de obra y de enjundia– que hable sin miedo en los debates públicos. Y que, además, lo haga rompiendo las cajitas de la especialización para sugerir conexiones nuevas entre ámbitos diferentes y alejados de la realidad. Así lo hacía Bohigas, que sabía que la cultura es –también– la creación de vínculos entre hechos y conceptos que parecen tener poco que ver. Por eso era una figura estimulante que había que escuchar. Le podía más el afán de intervenir (pese a levantar ampollas) que la prudencia o la manía de quedar bien, tan catalana y castradora.
Bohigas sacudía el ambiente; su discurso era higiénico, hacía entrar el aire en la habitación
¿De qué sirve la libertad de expresión si, de un modo u otro, el miedo a hablar en debates de interés general limita nuestros horizontes? Entre la corrección política mal entendida, la susceptibilidad exagerada de todo tipo de grupos y el alto riesgo de que nuestras palabras sean desfiguradas en las redes, tendemos a callar demasiado. Bohigas se lanzaba sin miedo, y su libertad –combinada con su inteligencia– sacudía el ambiente; su discurso era higiénico, hacía entrar el aire en la habitación. Otros que también lo hacían eran Porcel, Montserrat Roig, Lluch, voces añoradas.
El miedo a hablar pesa. Y, mientras, nos han caído encima humoristas que no hacen gracia, activistas que son predicadores de feria, gurús de la engañifa mística y todo tipo de charlatanes que convierten el sofisma de medio pelo en el alimento de las audiencias. Necesitamos varios Bohigas, para elevar la conversación colectiva.