03 ene 2022 El hechizo cupero
Es tan de sentido común que no parece una noticia de la política catalana de hoy. Me refiero a la decisión del president Aragonès de aparcar –espero que definitivamente– la cuestión de confianza que había pactado con la CUP para el 2023, a raíz del veto de los anticapitalistas a los presupuestos de la Generalitat. Además, que los cuperos hayan aprobado recientemente una ponencia política que marca como objetivo “la desestabilización” del Govern clarifica las cosas y pone a cada uno en su sitio. También servirá, tal vez, para que caiga definitivamente la venda de los ojos de esas almas de cántaro que todavía esperan que una mayoría independentista integrada por los cuperos haga algo de provecho.
El colega Toni Soler ha escrito un artículo muy lúcido en el Ara sobre la CUP y su enorme influencia en las sucesivas hojas de ruta que han condicionado las grandes decisiones de los líderes de ERC y de lo que primero era Convergència y ahora es Junts. Sobre la doble vía agitación-institución por donde los anticapitalistas circulan, escribe que, hasta hoy, “habían salido adelante convirtiendo la década independentista en un festival de crisis y sustos”. Ellos, a esta confusión, la llamaron “mambo”.
En el abrazo de Mas y David Fernàndez el 9-N arraiga una visión ingenua de la política
El gran problema, como también apunta Soler, es que “todos los convergentes y los republicanos les reían las gracias porque sus hijos votaban la CUP”. Esto es exacto, pero me parece que lo hacían también por otro factor, importante: las figuras cuperas proyectan sobre el pesebre catalán una idea tan simple y pura de la política que encaja como un guante de seda en la mentalidad posmoderna y blanda de unas clases medias asqueadas por una realpolitik que se ha presentado como quintaesencia del descrédito democrático
La propaganda de la CUP ha creado una promesa vaga de regeneración que vincula la mesocracia pospujolista y posmaragallista con una constante histórica: un concepto ingenuo, infantil y simple del poder.
Llamaremos a este fenómeno “el hechizo CUP”. El abrazo de Artur Mas y David Fernàndez la tarde en que se celebró la consulta del 9 de noviembre del 2014 es el momento cero de este hechizo. Cuando el candidato Mas acepta dar el paso al lado porque lo exigen los anticapitalistas, el efecto anestésico del hechizo cupero actúa como paraguas protector de los intereses de los cuadros convergentes que abonan el sacrificio de su líder, todo a cambio de seguir teniendo cargos en la administración. Hay que recordar que estos estaban convencidos de que, si se repetían las elecciones, deberían buscarse trabajo. Que Mas fuera aconsejado por los suyos a hacerse el harakiri es un episodio que, cuanto más tiempo pasa, más lamentable y grotesco se nos aparece.
Aragonès no quiere ser un segundo Jordi Turull y hace muy bien. Al convergente –hagan memoria– los anticapitalistas lo trataron como tratan los niños a un padre que dice sí a todo.