31 mar 2022 Y, de repente, son héroes
Salen por la tele personas de condición diversa contando que nunca han usado armas pero que están dispuestas a hacerlo porque “debemos defender nuestro país, nuestros hogares, nuestras familias”. Son gentes que, hasta hace un mes, tenían sus vidas, sus trabajos, sus aficiones, sus amores, sus preocupaciones, sus planes, sus sueños y, de repente, se convierten en héroes. No lo buscaron, no les gusta, no entraba en sus previsiones, pero están desempeñando el papel de héroes. Eran informáticos, maestras, directoras comerciales, reponedores de supermercado, abogados, arquitectas y ahora son combatientes. Sus testimonios son sobrecogedores.
Varios expertos establecieron, hace más de una década, que vivíamos en un tiempo postheroico, marcado por el rechazo a las narrativas épicas de antaño, sustituidas alegremente por visiones más neutras, ancladas en los avances tecnológicos, las nuevas incertidumbres y la idea de contiendas de baja intensidad que tratan de lograr máximos objetivos con mínimas bajas.
El mundo de los héroes parecía finiquitado, únicamente válido cuando citábamos, por ejemplo, a Winston Churchill como alguien que supo poner palabras a la resistencia de un pueblo que no se arrugó ante el mal; no está de más recordar que el héroe responde a un escenario donde el bien y el mal están siempre perfectamente delimitados.
Para el mainstream occidental, la idea del héroe se había convertido en algo dudoso, demasiado cercano al mártir enaltecido por el yihadismo, la gran amenaza tras muchas décadas de guerra fría. Los últimos héroes incuestionables tenían que ver con un conflicto cruento, pero no eran combatientes: hablo, claro está, de los bomberos y policías que dieron la vida cuando los atentados del 11-S en Nueva York. De ahí, también, que el héroe militar de nuevo cuño –digerible para el pacifismo social– haya sido el soldado enviado a misiones “humanitarias”.
Asimismo, los estudiosos dictaminaron que habíamos entrado en una etapa posnacional, en la que la identidad colectiva, el sentido de pertenencia y el patriotismo irían retrocediendo, bajo la seducción de lo global y la deslocalización simbólica que provocan las nuevas formas de vivir y trabajar. El Estado –añadían estos estudiosos– dejará de ser la referencia que dará seguridades a los individuos, todo será más líquido.
Finalmente, todo eso no era más que el fruto de un marco posmoderno que había surgido con la crisis de los valores que construyen la modernidad, entre ellos la fe en el progreso ilimitado y el apego a la herencia ilustrada, con el centro de gravedad en los derechos humanos, la soberanía popular y las libertades esenciales. El neoliberalismo económico rompió, a partir de los ochenta, los consensos forjados tras la Segunda Guerra Mundial. La protección social se resquebrajó, apareció un nuevo individualismo del sálvese quien pueda. Y China como modelo aplaudido cínicamente.
El Kremlin erró si vio a los ucranianos como ciudadanos posmodernos que se rendirían en dos días
Pues bien, la corajosa respuesta de los ucranianos a la agresión rusa es una revuelta heroica, nacional y moderna, las tres cosas a la vez. La lucha del pueblo de Ucrania va a contracorriente y desmiente que el marco postheroico, posnacional y posmoderno sea inalterable e irreversible, algo que Putin no contemplaba cuando decidió invadir el país vecino. El Kremlin erró si consideró a los ucranianos como ciudadanos posmodernos que se rendirían en dos días.
En la entrevista con The Economist, el presidente Zelenski niega ser un héroe, evita la sobreactuación y suelta una reflexión que conecta con el mejor espíritu de las dos revoluciones que crearon el mundo contemporáneo, la americana y la francesa: “No se trata de quién tiene más armas o más dinero o gas o petróleo, lo que sea. Y por eso tenemos que tener influencia. Eso es lo que comprendí, lo primero que comprendí, que nosotros, los ciudadanos, tenemos influencia. Los ciudadanos somos los dirigentes, y los dirigentes políticos, algunos de ellos, son unos perdedores”. Frente al ordeno y mando de Putin, más democracia. Ciudadanía.
Desde 1991, Ucrania ha mirado al Oeste para consolidarse como sociedad abierta. Las protestas de la plaza Maidán de Kyiv fueron la expresión –ya heroica entonces– de una voluntad firme de escapar de esa cultura política de Moscú basada en la fuerza, el miedo y la obediencia ciega al poder. Hoy –no lo olvidemos– los ucranianos están defendiendo nuestra Europa imperfecta y libre al defender su tierra.