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Francesc-Marc Álvaro | Sergi López – Aferrat a la doble vida
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10 dic 2000 Sergi López – Aferrat a la doble vida

La European Film Academy le ha dado el premio al mejor actor europeo del 2000 por su soberbia interpretación de un asesino simpático y complejo en el filme “Harry, un amigo que os quiere” de Dominik Moll, un gran éxito de público en Francia. Formado en el teatro, el catalán Sergi López es ya una estrella en el país vecino mientras aquí le descubren, poco a poco, en algunas películas. Su versatilidad y su sobriedad emocionan al espectador y son reconocidas por la crítica. Pero López va de tipo tranquilo y corriente, como si nada.

Viste completamente de blanco y se remata con un gorro ladeado y una sonrisa que es un imán para todas las chicas que se cruzan con él. Tira alegremente de un carrito de helados por las calles del centro de su ciudad, Vilanova i la Geltrú. Es verano de 1985 y en los bares suenan las primeras canciones de Duncan Dhu. Sergi López todavía no ha cumplido los veinte y trabaja en lo que puede. Una asociación de comerciantes le ha contratado para que regale polos a los hijos de los clientes de sus tiendas. Pronto se hace popular por su simpatía. Es un gran verano para López. Le pide a su vecino Toni Albà, actor y director de teatro al que admira, que le ayude en la preparación de un número de clowns. Algo está empezando pero él no lo sabe.

Entra en los lavabos del área de servicio de la autopista. Sonríe y le reconocemos. Pero no es Sergi, sino Harry, un personaje inventado por alguien. Esto ya no es la vida. Es la oscuridad de un cine en el año 2000. Al público de la sala le pasa lo mismo que a la gente que se topaba con el chico del carrito de helados: se creen al momento lo que López hace y dice. El actor sabe su trabajo y lo hace bien. Muy bien.

Dice el director David Mamet en su libro “Verdad y mentira” que “el público busca espontaneidad, individualidad y fuerza”. López le da las tres cosas en la justa medida. No hay histrionismo ni sombra de banal exhibicionismo técnico. Parece que su actuación fluye sin esfuerzo. El mismo Mamet apunta que “las mejores interpretaciones raramente se reconocen. ¿Por qué? Porque no dirigen la atención sobre sí mismas, y no buscan nada, como cualquier heroísmo real, son simples y sin pretensiones, y parecen salir del actor de una forma natural e inevitable. Están tan fusionadas con el actor que las aceptamos como una cosa que no tiene nada que ver con el arte”. Pero el arte surge del trabajo y del carácter.

En el carácter del López comediante hay una virtud por encima de todas: la intuición. Luego está la rapidez para captar las situaciones y una memoria prodigiosa. Cuantos han trabajado con él señalan la facilidad con que sabe cargar las intenciones de los personajes con los mínimos gestos imprescindibles. Pero todo esto no le brota de ninguna concepción intelectualoide ni trascendente del oficio, al contrario. En el origen de su autenticidad está el juego y el placer de contar historias, la diversión en estado puro. Pasión y juego del que no es ajeno el especial espíritu carnavalesco de su ciudad. López estaba representando el papel de Rey del Carnaval por las calles de Vilanova cuando nació su hija Juna. Ésta, su otro hijo, Magí, y su mujer, Blanca, son la primera verdad referencial para alguien que cobra por entrar y salir de la ficción sin volverse tarumba.

Apegado a una doble vida de estrella y ciudadano anónimo, que separa con radical voluntad, el López del cine está seguro de que, talento al margen, gran parte de su buen hacer está en no alejarse de su pequeño mundo. Si es auténtico como actor lo es porque su retaguardia vital es auténtica, despojada de imposturas. Lo tiene claro y lo afirma con más seguridad después de cada nuevo éxito. Mientras el conseller de Cultura, Jordi Vilajoana, propaga raras teorías sobre el glamour de los actores, López demuestra que este arte es saber ser uno mismo para ser cada vez alguien distinto.

“No ha trabajado exclusivamente por dinero, ésa ha sido su suerte, prefiere hacer las historias que le interesan”, apuntan sus amigos. Y su representante añade: “El primer día me dejó muy claro que haríamos cosas sin cobrar un duro porque valdrían la pena, y que habría cosas que no cogeríamos ni por todo el oro del mundo”. Este mal estudiante de bachillerato tiene clara su ética profesional, sin necesidad de hacer propaganda. Mastroianni y John Cassavetes le protegen. López es hoy el héroe discreto de una clase obrera de pueblo que se siente feliz cuando uno de los suyos triunfa sin renunciar a sus valores. Cuando pasea con su perro Gavatxo por donde antes repartía polos, las gentes le recuerdan en su primer montaje teatral, “Brams o la kumedia dels herrors”, o se acuerdan del día de 1987 en que presentó el primer libro de Màrius Serra, “Línia”, encarnando a un personaje de sus cuentos. Nadie le ha regalado nada.

En Francia pasó por la escuela de Jacques Lecoq y encontró al director de sus primeros filmes, su amigo Manuel Poirier. En su filmografía oficial no aparece, pero en 1990 hizo aquí una película semiprofesional, “Empresonades”, que es ahora una joya para sus admiradores. El día 22 cumplirá los 35 y seguirá observando la calle, un pozo de ideas para actuar. Añora el teatro y prepara algo en solitario para cuando pueda hacerlo. Toma cafés muy cortos, habla del Barça con pasión y juega a la “botifarra”. Hollywood –que le tiene sin cuidado– sólo le atraerá el día en que le ofrezca una buena historia… que no le impida regresar siempre a su otra y real vida.

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