21 ene 2001 Artur Mas – Madelmans per al dia després
Si Artur Mas es la tercera generación de CDC, los que le siguen y han apostado por él desde los treinta y tantos constituyen la primera quinta del pospujolismo. Situados en cargos de responsabilidad alta y media en el partido y el Govern, tienen un sustancial nivel de información e influencia, y empiezan a gozar de poder directo para tomar decisiones. El nombramiento de Mas como conceller en cap el pasado viernes es su primera victoria. Eran escolares de la antigua EGB cuando Pujol fue elegido en 1980.
Hay demasiado bochorno para ser Palamós y finales de verano. Quizás el calor está debajo y no encima de su piel. Es la excitación que da tener algo de poder, algo de influencia. Hoy no van de traje y corbata. Se han relajado y han venido con las esposas, las novias. Han cenado con risas, pero después se han encerrado solos, para hablar de lo que llaman “el país y la situación”. Es agosto del 2000 y saben que a partir de noviembre pasarán grandes cosas en el partido. Les encanta trazar planes, lo hacen desde que tenían 16 años. Ahora viven los treinta y tantos. Cuando están juntos todavía no han aprendido a disimular lo encantados que están de ser figurines de sí mismos. Se miran, se saben los nietos de Pujol, los sobrinos de Pere Esteve, los primos de Felip Puigy –esto es lo más importante– los hermanos pequeños de Artur Mas. Tienen a Miquel Roca como el retrato del ausente, por el que sienten tanto respeto como desconfianza. A Duran, ni mentarlo.
Ellos creen que pasarán a la historia por ser los primeros y más entusiastas partidarios del ahora entronizado delfín oficial del Honorable. Contemplan escasamente la posibilidad de ser la primera generación convergente que atraviese el desierto de la oposición. Excepto para los más lúcidos, la mención de esta idea es una herejía en su ilusión todavía adolescente. Pero ya no son unos niños y algunos de ellos ha empezado a mandar. Dado que la primitiva ingenuidad de activistas se les agrió con el ejercicio precoz del poder palaciego o de aparato, hoy semejan croquetas precocinadas, algo quemadas por fuera y crudas por dentro. Los más oficialistas son rígidamente desconfiados con el mundo. Como explicó bien Susana Quadrado en estas páginas el 4 de diciembre, al apuntar la nómina completa de nombres señeros de esta última quinta de pujolistas, su origen es variado. Provienen de la JNC, de la Federació Nacional d’Estudiants de Catalunya, de la Crida a la Solidaritat, del Grup d’Estudis Nacionalistes de Espar Ticó, de Acció Olímpica y su campaña del “Freedom for Catalonia” en los Juegos Olímpicos de 1992, de ERC o –así de humano es jugar a príncipes– de ser amigos de Oriol Pujol Ferrusola, el hijo del president hoy secretario general en Indústria. No lo saben, pero tras la generación del PSUC y Bandera Roja son los únicos aprendices de políticos catalanes con capacidad de generar una cierta épica para el futuro. No menos idealista en su arranque que la de aquellos progres, no más cínica en su resolución. Igual de ensimismada en su peripecia. Igual de adaptable a la supervivencia. Como cuando, de niños, jugaban a representar aventuras con los muñecos Madelman.
Es ya otoño y ahora están reunidos en torno a la mesa de un restaurante barcelonés, que puede ser el Gran Café, el Senyor Parellada, el Samoa, o un reservado en los hoteles Belagua o Cóndor. Consultan sus pequeñas agendas electrónicas y hablan constantemente por el móvil. Son tecnoeufóricos. Se han convocado mediante correo electrónico y mantienen foros restringidos de debate en la red. Tienen fe en el Pujol juvenil de los escritos de prisión, Antony Giddens y Bill Gates. Una trinidad que les ayuda a moverse entre el centro izquierda y el centro derecha. Pueden leer a Prat de la Riba a la luz de Rawls y los comunitaristas de moda, la cuestión es renovar la panoplia del imaginario convergente clásico. Empezaron a hacerse notar a partir del 94 o del 95 bajo la etiqueta del soberanismo, aunque una parte está en las siglas desde mucho antes. Alguien de la mesa recuerda, con desagrado, que un barón de la dirección sigue criticándoles por lo de siempre. A unos les acusan de no haber sudado lo bastante la camiseta en la política municipal. A otros les recriminan el ascenso basado en la pura meritocracia de la Administración. A todos les echan en cara que no han demostrado ser capaces de ganarse la vida fuera de la política. El barón –insisten– añadió algo que les duele más: “Tienen demasiada prisa, quieren llegar demasiado lejos, y para muchos ser conceller sólo sería empezar”. Pero hoy esto queda en segundo plano, porque Mas ya es secretario general y ellos avanzan hacia la gloria. Para hijos de clase media-media o media- alta, de Barcelona y de comarcas, con padres en el catalanismo sentimental, esta carrera parecía más incierta.
Y llegamos a la fecha de hoy. Las fantásticas vistas desde el Mirablau sientan bien a una fiesta. Están varios jefes de gabinete, asesores, diputados en el Parlament y en las Cortes, concejales, algún que otro director general y delegado territorial. No son todos iguales, pero todos piensan que el primer día después de Pujol seguirá siendo de colores. No quieren imaginar otra postal. Hoy brindan porque su santo protector le ha ganado la partida a Duran. “Con la ayuda de Pujol”, dice uno con la boca pequeña. Le cortan rápidamente: “No seas aguafiestas, hombre”.