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Francesc-Marc Álvaro | Pasqual Maragall – Escurar la sort
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21 oct 2001 Pasqual Maragall – Escurar la sort

Pasqual Maragall. Perdió la moción de censura que presentó esta semana contra el Govern de Pujol, pero su iniciativa ha servido para concretar el proyecto de autogobierno del PSC, generar debate de futuro entre los partidos y dar el pistoletazo de salida hacia la primera campaña electoral del pospujolismo. Sus mensajes, combinando continuidad institucional, reformismo federal y recetas sociales, tratan de conseguir el objetivo más ansiado del ex alcalde que, con 60 años, aún cree tener reserva suficiente de buena suerte.

Lo confesaba, a finales de 1997, en una entrevista con este cronista: “He tenido suerte en todo, en política y en la vida en general. Es una fatalidad positiva; no creo que sea normal, ni que sea demasiado justo”. Esta reflexión fue recogida pocas semanas después de que hubiera dejado la alcaldía de Barcelona antes de finalizar su sexto mandato, cansado de sus pugnas con los dirigentes de su partido en la capital catalana. Así pues, Pasqual Maragall i Mira es un político que ha decidido rebañar en el fondo de la taza de la suerte que, según dice, le sobra. Apurar la fortuna, agotar la baraka, sacar partido de los restos de buenaventura es lo que ha venido haciendo desde que se presentó por vez primera como número uno a las elecciones catalanas, en octubre de 1999. Tras haber sido brillante abanderado de los Juegos Olímpicos de 1992, alcanzar la presidencia de la Generalitat demostraría que, efectivamente, este señor de noble familia nació tocado por los hados. Pero este objetivo, contra el pronóstico de tantos, está costando demasiado esfuerzo. No debe olvidarse que Maragall llegó a la alcaldía por el atajo la primera vez, al ser designado sucesor por Narcís Serra en 1982. Es decir, su primera campaña municipal ya la realizó vara en mano. Ahora, la cosa es diferente.

En el primer intento autonómico, Maragall tenía enfrente a otro político con mucha suerte, Jordi Pujol. El combate se decidió por la mínima, con más votos para el socialista y más escaños para el nacionalista. En la segunda intentona (y última que los suyos le permitirán), se batirá con Artur Mas, un político sin leyenda del que no sabemos la cantidad de buena suerte que puede heredar de su padrino.

Por si la fuerza del destino fallase y para no confiar sólo en los que dicen que Maragall ganará porque está escrito o porque Mas no aguantará, el PSC sensato de José Montilla ha hecho lo que se esperaba desde hacía tiempo, sin fantasías de ciudadanos cambiantes: elaborar un programa y unas propuestas de gobierno con la suficiente ambición, diversidad y calado para que el candidato tenga cosas que decir. En el último congreso del PSC de junio del 2000, los capitanes llegaron a la cima de la organización y acordaron con Maragall que cada cual hiciera su trabajo de la mejor manera. Esta semana, se ha visto el resultado del reparto de tareas: un guión bien escrito y un actor que no sabe interpretarlo y lo desaprovecha en la privilegiada tribuna del Parlament. Si en política, más que en otros campos, McLuhan tiene razón y el medio es el mensaje, a partir de ahora le toca a Montilla corregir el tiro y sacar a Maragall del hemiciclo para que repita con claridad y orden, en escenarios que le sean más cómodos, lo que ha dicho. Recuérdese que los capitanes se llevaron las manos a la cabeza cuando Maragall, de improviso y sin calcular los tiempos, anunció la moción de censura. Luego, todos se esforzaron.

Pertrechado con su discutible “federalismo de la amistad”, dotado de una pasión que él reiteró tener a pesar de mostrarla renqueante, valiente al comprometerse en un giro del PSOE hacia la comprensión del hecho catalán, reiterativamente cré- dulo en una España “de unión en la diversidad”, y convencido de que un buen alcalde sería un mejor presidente, Maragall se sometió al examen que se había puesto a sí mismo. Para calibrar, antes de emprender la recta final de su segunda y arriesgada tirada, la densidad, temperatura y nivel de su proverbial suerte. Porque, esta vez, la disyuntiva socialista no es entre victoria o derrota, sino entre triunfo o caos.

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