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Francesc-Marc Álvaro | La por, la pena
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16 nov 2011 La por, la pena

Ahora que estamos en la recta final de campaña, detecto entre los socialistas un cambio de guión interesante: después de recurrir al miedo ante una previsible mayoría nunca vista del PP, toca remover la fibra de la pena por quien lleva la etiqueta de perdedor. El buen amigo Juliana vería, sobre todo en Catalunya, un fondo de catolicismo compasivo, que es como la pastilla Avecrem: lo puedes utilizar para cocinar todo. Para el votante socialista desmotivado y enfadado, la pena puede ser un antídoto contra la abstención o la escapada hacia los pagos de «la izquierda de verdad». Pero hay un problema: Chacón no cuadra en este pesebre: demasiado sobrada, demasiado prefabricada.

¿Por qué votamos o dejamos de votar? He ahí uno de los grandes misterios de la ciencia política. Se saben, sin embargo, algunas cosas: que el favorito en las encuestas arrastra una parte importante de indecisos por defecto; que los factores irracionales pesan de una manera extraordinaria; que hay una abstención que siempre es un estadio previo a un futuro cambio de voto; etcétera. Con todo, en cada campaña, los equipos piensan que reinventan el juego y que podrán encontrar la fórmula del éxito. Nada de nada. A Rubalcaba se le está poniendo la cara de Almunia en el año 2000, mientras Rajoy sigue siendo una caja cerrada, últimamente envuelta con el celofán de algunos ministros técnicos y/o independientes.

Del miedo a la pena, todo vale. Nosotros, italianos del oeste según Pla, somos una democracia demasiado joven para tener la piel muerta.

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