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Francesc-Marc Álvaro | Per què no se’l posen?
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02 dic 2011 Per què no se’l posen?

Los jóvenes, los que rondan la veintena, utilizan poco el preservativo y eso, como es lógico, tiene consecuencias nefastas, sobre todo con respecto al contagio del sida. Según los expertos, la juventud ha perdido el miedo a la enfermedad y, además, ya no está bajo el enorme impacto que representó, para los que somos adultos, la aparición de esta pandemia hace treinta años. Recuerdo todavía la conmoción que entre mi pandilla provocó saber que había un virus que convertía las relaciones sexuales en un espacio de riesgo letal, a diferencia de lo que había sido para nuestros hermanos mayores, beneficiarios felices de la liberación de costumbres. Veo que muchos jóvenes de hoy no han encontrado el punto medio entre el miedo ignorante de los que teníamos veinte años hace veinte años y la alegría confiada de los que ya son abuelos o casi.

¿Por qué no toman más precauciones los chicos y chicas que descubren el sexo ahora? No me acaba de convencer la respuesta que lo explica todo a partir de un supuesto déficit de información. Seamos serios: hay cantidad de información, en la escuela, los medios, la calle. No digo que no haya algún entorno minoritario que tenga más dificultad para acceder a este tipo de conocimientos, pero la gran mayoría de la juventud sabe qué es el sida y sabe que hay que ir con mucho cuidado. ¿Entonces, cuál es el verdadero problema? Quizás es de calidad del mensaje y no de cantidad.

Si se trata del umbral de percepción del riesgo, que ahora es demasiado bajo, quizás haría falta poner las cosas en su lugar y explicar mejor o con más énfasis esta enfermedad, para que no parezca que, dado que no resulta mortal en los países desarrollados, es como un resfriado. El joven, ya lo sabemos, no quiere sentir miedo y quiere transgredir. De acuerdo. El reto es comunicar más acertadamente la gravedad del sida sin caer en el alarmismo. ¿Cómo se hace? No lo sé, pero iría bien no dar nada por descontado ni poner al piloto automático. Nuestros jóvenes nadan en información (a veces se ahogan en ella) pero la suma de muchos datos no siempre es igual a un buen conocimiento. Acumular mensajes no implica haberlos entendido. El exceso de información dificulta jerarquizarla y el joven todavía no tiene las herramientas lo bastante rodadas para dar relieve a lo que es sustancial. Pensamos erróneamente que quien tiene buen dominio de los botones de la última tecnología será igualmente hábil descodificando lo que esta transmite.

Por otra parte, la retórica que se usa para llegar a los jóvenes acusa, muchas veces, un acento paternalista o coleguista, estrategias que alejan o distorsionan lo que se quiere comunicar. Hay que encontrar un tono menos afectado, operación nada fácil pero imprescindible. Porque tienen veinte años y son, a la vez, más adultos y más niños de lo que éramos nosotros.

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