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Francesc-Marc Álvaro | Els Reis porten anys
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06 ene 2012 Els Reis porten anys

Hoy cumplo años, exactamente 45. No lo elegí yo, como se pueden imaginar. Tampoco creo que fuera idea de mi madre, bastante trabajo tenía, cada año, dejando comida y agua en el balcón para los camellos de los Reyes Magos. El chiste que hacían los parientes y amigos de mis padres era siempre el mismo y muy de la época en que surgía una nueva clase media: «Pedisteis un coche pero os trajeron una criatura». Hoy en día, la víctima de los chistes soy yo: «A ti no hace falta que te dejen carbón, te regalan cabellos blancos y ya está». La coincidencia de mi cumpleaños con la fiesta de Reyes quitaba peso al ritual de soplar las velas y la cohabitación del roscón coronado y el pastel creaba un cierto desconcierto simbólico y una notable acumulación calórica. Más allá de estos problemas menores, no puedo quejarme: Melchor, Gaspar y Baltasar me han tratado bastante bien. Tengo amigos que ya no tienen ni un pelo en la cabeza.

En el siglo pasado, que es el mundo donde nací, el gran miedo era la bomba atómica y resulta que llego a la madurez en medio de una crisis económica sin precedentes que convierte en una broma todas las películas de ciencia ficción que me tragué de pequeño y adolescente. La mayor parte de predicciones son embriones de restos arqueológicos de la pura ficción. A propósito del futuro, Joan Fuster, el gran sabio de Sueca que nos dejó hace veinte años este 2012, escribió un aforismo que habría que convertir en pintada un día de estos: «No esperis ni temis, i seràs perfecte«. Es un consejo estimable pero tiene un problema evidente, nos deja a las puertas de la desesperanza, del ir tirando y del cinismo. Ya hay demasiada gente de vuelta de todo sin haberse movido de sitio, no hay que ampliar la nómina de zombis, aunque la moda invita a hacerlo.

Cuando yo nací, al cava lo llamaban champán (¡y entonces gustaba el semi-seco!), La Vanguardia costaba dos pesetas, se fumaba en todas partes, los teléfonos eran fijos, se escribían cartas y postales, la basura se dejaba en el portal al anochecer, los novios viajaban a Mallorca, China era la alternativa al capitalismo y el gran sueño era llegar a la Luna. Excepto este diario –que ahora vale 1,20 euros, se puede leer también en catalán y en diversos soportes– el resto es material para el mercado de la nostalgia. Pero los Reyes siguen pasando cada noche de cada 5 de enero, lo cual es una buena señal y un motivo para dormir un poco más tranquilos, como si el ministro Guindos sólo fuera como aquellos tíos que, disfrazados de cualquier modo, asustaban a los niños que subían al tren de la bruja en fiesta mayor.

A mí me han dejado años y a ustedes lo que hayan pedido o quizás una sorpresa o quizás algo de ánimos para navegar dentro de la tormenta. Los Reyes de Oriente nunca nos decepcionan, por eso son de este siglo y de los siglos que vendrán.

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