ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Darrere del decorat
4535
post-template-default,single,single-post,postid-4535,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

11 ene 2012 Darrere del decorat

Su confesión no me parece anecdótica, por eso la recojo en este papel. Quien la hace proviene del sector privado y se ha incorporado recientemente a la Administración catalana como alto cargo de confianza con un acusado perfil técnico, en un departamento más de gestión que de impacto político, muy relacionado con las preocupaciones concretas de la gente. Catalanista sin carnet de partido, después de unos meses en su cargo oficial, llega a esta conclusión: «No tenemos tantas competencias como parece; me entrevisto con muchas personas que me piden eso o aquello y a menudo tengo que decir que tal asunto depende de Madrid y que no podemos hacer nada; la situación es exasperante, chocamos con centenares de limitaciones, conocidas o inadvertidas, y hay que sumar a esto las dificultades financieras, que todavía nos atan más de pies y manos». Mi interlocutor no quiere ser acusado de ingenuo o desinformado y rápidamente añade la siguiente aclaración: «Hombre, yo ya sabía que nuestra autonomía es lo que es, pero una vez estás dentro de la maquinaria todo resulta todavía más precario».
Su rostro transmite impotencia y rabia, y una decepción que no es fatalista pero que responde, lógicamente, al montón de excusas que este hombre tiene que dar cada día a docenas de ciudadanos que se preocupan por sus legítimos intereses.

Hasta aquí tenemos un retrato de interiores de un despacho gubernamental catalán a día de hoy. Si rasco un poco más, mi conocido pasa de la descripción cruda a un ensayo de diagnóstico que también me parece digno de ser resumido aquí: «Yo soy de los que me creí lo que decía Jordi Pujol, sobre todo cuando iba por el mundo; decía que tenemos unas instituciones que son fruto de una larga historia y de una firme voluntad de existir, etcétera; yo me creí todo eso y ahora compruebo directamente que la realidad es menos consistente, que detrás del decorado hay grandes vacíos y una falta de herramientas que da miedo».

Le recuerdo a mi angustiado interlocutor que, aunque algunas veces la Generalitat recuerde a esos pueblos del Far West cinematográfico con edificios que sólo son fachada, la pedagogía pujoliana tuvo momentos destacados de coraje y de construcción de poder real, como pedir las competencias de prisiones o desafiar a Madrid con la creación de TV3. Pujol, además de utilizar como nadie los espejos que agrandaban la autonomía, aprovechaba las coyunturas para ir conquistando espacios competenciales, algunos de los cuales han sido explorados a fondo, mediante las rendijas que ofrecía la ambigüedad de la Constitución. Él me replica que tengo razón pero que hoy el drama es justamente la contradicción entre el relato que fijó Pujol en el imaginario social y las limitaciones concretas y cotidianas que sufre ahora el marco autonómico: «Está claro que es un éxito que la gente se manifieste en la plaza Sant Jaume, como quería Pujol, pero ahora nos toca la tarea ingrata de explicar que no tenemos ni el poder ni los recursos que, durante las décadas pasadas, se dio a entender que teníamos, sin que tampoco parezca que eludimos nuestras responsabilidades». La paradoja desfiguradora que describe este alto cargo nos conduce a una de las principales debilidades/fortalezas históricas del catalanismo desde 1980: sugerir un casi Estado catalán (y actuar «como si fuéramos un Estado catalán») mediante una autonomía que tenía y tiene los pies de barro de una financiación insuficiente que, además, debe operar sobre un país frenado por un déficit fiscal de proporciones insostenibles.

La función no da más de sí. Fíjense: Pujol viajaba por medio mundo explicando, en esencia, lo mismo que el maestro Pau Casals en su célebre intervención en las Naciones Unidas del año 1971 y haciendo de estadista sin un Estado detrás. En cambio, Mas debe volar raudo a Londres para dejar claro que, contra lo que dicen los ministros de Rajoy y repite la prensa anglosajona, Catalunya no es la culpable del despilfarro español sino que es la víctima de un «drenaje fiscal continuo». Pujol representaba el papel de un casi presidente de República recibido con grandes honores en muchas capitales mientras Mas no tiene más remedio que jugar a la defensiva para calmar los mercados y las voces que difunden malos augurios, a la vez que hace pedagogía a unos dirigentes europeos que no viven precisamente pendientes de Catalunya. Pujol utilizaba la retórica de las regiones europeas para hacer su labor de zapa mientras Mas comprueba como la UE del siglo XXI cuestiona la soberanía clásica como no se había visto nunca en el Viejo Continente.

Nadie sabe cómo saldremos de esta, pero muchos certifican que el mundo en el cual hemos vivido está llegando al final. El decorado autonómico catalán no soportará muchas más escenas de consellers pidiendo un crédito urgente para pagar las nóminas de los funcionarios; las cosas tienen un límite. Mi conocido recibe a mucha gente en su despacho pero sólo puede hacer de psicólogo. Se dijo, hace un tiempo, que la Generalitat tenía nombre de agencia de seguros pero no era exacto: lleva nombre de club de autoayuda.

Etiquetas: