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Francesc-Marc Álvaro | L’amenaçadora taxa turística
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13 ene 2012 L’amenaçadora taxa turística

Soy partidario de implantar una tasa turística por el mismo motivo que lo soy de una cierta libertad horaria en los comercios de Barcelona y de otras ciudades, aunque eso parezca contradictorio: porque hay que saber adaptarse de manera inteligente a los cambios inexorables y globales para que justamente estos no se produzcan en contra de lo que más valoramos. En el primer caso, lo que valoramos es la calidad de un entorno urbano o natural sometido al desgaste de la llegada constante de visitantes, cuya conservación representa un gasto importante para las administraciones. En el segundo, lo que valoramos es la flexibilidad de una oferta comercial que debe conectar con las nuevas formas de trabajo y ocio, y con los nuevos usos que habitantes y forasteros hacen de los centros de las metrópolis.

Las resistencias gremiales a este tipo de medidas son comprensibles y legítimas, pero cada vez cuestan más de argumentar de manera convincente y objetiva, sin poner la nota sentimental. A menudo, nos cuesta distinguir las verdaderas amenazas de lo que es pura inercia y conservadurismo mental. También es cierto que los cambios no siempre son buenos y que hay que saber detectar afinadamente las transformaciones que sí pueden ser letales para el mantenimiento de lo que más valoramos. Por ejemplo, determinados negocios supuestamente gastronómicos que proliferaron en Barcelona antes de la crisis han resultado un atentado monumental al oficio honesto de dar de comer a un precio razonable; hay que celebrar que un efecto de la recesión sea la desaparición de muchos de estos establecimientos (¡no de todos!), donde, además de intoxicarte, te atracaban.

Muchas discusiones políticas que representan una alteración del mundo que hemos conocido hasta hoy se producen sobre un campo de juego obsoleto. Hace pocos días, hablábamos del copago sanitario y costaba detectar quiénes son los más débiles ante un servicio público que es universal pero que resulta injusto cuando no distingue bien la diversidad de casuísticas actuales. Las categorías del pasado no nos dejan analizar lo que vivimos. Incluso algunos que se consideran progresistas no quieren entender que haya relevos en las instituciones culturales pagadas con el dinero de los contribuyentes, como si el sentido provisional del cargo que se exige al político no fuera válido también para los altos directivos –no funcionarios– de los organismos públicos.

Adelante con la tasa turística, pero que se haga bien y con todas las garantías. Que los recursos que se obtengan con este impuesto sirvan de verdad para mantener una capital y un país más ordenados, más sostenibles y más equilibrados. Y no sufran tanto por aquellos turistas que no querrán venir a causa de eso, porque las playas de Marruecos, con o sin la polémica tasa, son más asequibles.

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