ajax-loader-2
Francesc-Marc Álvaro | Banquers contra polítics
4551
post-template-default,single,single-post,postid-4551,single-format-standard,mikado-core-2.0.4,mikado1,ajax_fade,page_not_loaded,,mkd-theme-ver-2.1,vertical_menu_enabled, vertical_menu_width_290,smooth_scroll,side_menu_slide_from_right,wpb-js-composer js-comp-ver-6.0.5,vc_responsive

08 feb 2012 Banquers contra polítics

Es normal que los actores y los artistas en general, como pasó el lunes durante la gala de los premios Gaudí del cine catalán, disparen contra los políticos, con más o menos gracia. Entra en el guión y sirve para construir el momento estelar de la cultura supuestamente crítica (subvencionada, eso sí) que se siente valiente ante los representantes democráticos, siempre eventuales y sospechosos; esta valentía y este compromiso disminuyen, curiosamente, cuando en la barraca del pimpampum no hay políticos sino otros personajes, quizás más poderosos. Pero nuestros queridos cómicos y su afán de demostrar lo rebeldes que son no es el asunto de este papel sino un fenómeno mucho más insólito: un banquero que critica públicamente a los políticos.

El pasado 31 de enero, Emilio Botín, presidente del Banco Santader, la primera entidad financiera española, aprovechó la presentación de los resultados correspondientes a 2011 para, hablando de la situación general, decir que «hay que echar una parte de culpa muy importante a los políticos; no han sabido manejar los temas». El banquero hizo un paralelismo: «Es como un banco que va mal, hay que echar la culpa a quien lo lleva; y aquí quien lo ha hecho mal pues son los políticos». Vi por televisión el momento en que Botín soltaba estas afirmaciones a raíz de una pregunta y me llamó la atención la sonrisa o risa a medias que mostraba. Era un ademán irónico. Quizás también de una cierta superioridad o condescendencia.

Todo el mundo está de acuerdo en que, en las Españas, hay políticos que no han estado muy acertados en los últimos tiempos, sobre todo cuando la crisis económica ya había llegado y todavía había quien repetía de manera oficial que no pasaba nada. Algunos políticos incluso fueron declaradamente incompetentes y manifiestamente impermeables a la realidad. Las urnas han echado a estos políticos, como las reglas del sistema prevén. Lo que sorprende es que un banquero de tan reconocida influencia sobre la clase política y especialmente sobre el anterior presidente español se apunte al diagnóstico más fácil sobre la crisis, consistente en culpar sólo a los hombres y mujeres que elegimos para gobernar. Botín no hizo autocrítica sobre el papel de los bancos en el cuadro angustiante que hoy soportamos.

La crítica indiscriminada a los políticos es el entremés de los populismos, sean de derechas o de izquierdas. Uno de mis argumentos para desconfiar del movimiento de los indignados o plataformas similares es que despliegan un ataque sistemático y sin matizaciones contra toda la política representativa, mediante un discurso catastrofista de blanco o negro que elude la complejidad y la diversidad de realidades que se juzgan. La antipolítica siempre resulta muy atractiva porque ofrece el espejismo de la demolición y de la fundación de un paraíso puro sobre los escombros del viejo mundo. Hay profetas de la pureza que, para mantener clientes potenciales, tienen que decir y repetir que todo lo que nos rodea va mal, que es nefasto o que está podrido. La huida tecnocrática que observamos en algunos lugares de Europa tiene como base conceptual esta nostalgia de la pureza, que se convierte en nostalgia de una imposible eficacia salvadora sin ideología, actualización ingenua del mito del gobierno de los sabios.

Si un ciudadano, ejerciendo su derecho a la libertad de expresión, acusa a todos los políticos desde la calle, no pasa nada. Si eso mismo lo hace el banquero más importante del país ante las cámaras, el hecho resulta trascendente. ¿Antipolítica desde el corazón del sistema o una manera de salirse por la tangente? Disparamos contra los políticos, todo el mundo se apunta: la ultraderecha xenófoba y la extrema izquierda asamblearia, el funcionario enfadado y el gran empresario inmovilista, el creador que quiere caer simpático y el banquero que se sabe escuchado por todo el mundo. Pero la política –a veces tan mediocre y tan desfibradora– es necesaria para evitar la selva y la guerra. Y para hacer que las cosas funcionen cada día, también este Estado de bienestar que, a pesar de las enormes dificultades que atravesamos, sigue existiendo y haciendo de parachoques, afortunadamente. Los políticos, miles de personas anónimas desde muchas administraciones, toman decisiones delicadas en medio de la tormenta, un trabajo duro que la mayoría no querríamos hacer. Lo hacen porque quieren, es cierto, pero no los podemos tratar, por defecto, como criminales o apestados.

A finales de noviembre, el Gobierno presidido por Zapatero, entonces ya en funciones, indultó al consejero delegado del Banco Santander, Alfredo Sáenz, de la condena de tres meses de arresto e inhabilitación para ejercer su oficio de banquero por un delito de acusación y denuncia falsas. El indulto contaba con el informe favorable del Ministerio Fiscal y el desfavorable del Tribunal Supremo. La Asociación Española de Banca (AEB) dijo que era «un acierto» la decisión gubernamental, porque Sáenz «es la persona que más ha contribuido a la estabilidad y progreso del sistema financiero español en los últimos veinticinco años». Varios sectores judiciales no comprendieron este indulto y la asociación de jueces Francisco de Vitoria incluso habló de «intromisión» del poder ejecutivo. ¿Fue este un asunto bien llevado por los políticos de turno? A muchos ciudadanos, que todavía pensamos que la justicia democrática debe ser igual para todo el mundo, la noticia nos dejó patitiesos y desconcertados. ¿Culpa de los políticos? De unos más que de otros, para ser justos.

Etiquetas: