17 feb 2012 Camins cars de cautxú
Me gustaría saber la persona concreta que, desde un despacho del Ayuntamiento de Barcelona durante la etapa del alcalde Hereu, tomó la decisión de gastar 1,3 millones de euros en unas guías para invidentes de paradas de bus consistentes en caminitos de caucho que han resultado un mal invento, de pésima calidad, inútil y peligroso en algunos casos. Luis Benvenuty explicaba ayer en las páginas de Vivir que esta obra se impulsó sin atender las opiniones de muchos que tenían un conocimiento afinado de los problemas de movilidad. Ahora, el nuevo gobierno municipal debe arreglar la chapuza, lo cual –como pueden imaginar– no saldrá gratis.
Repito. Querría tener el nombre y los apellidos de la persona (o personas) que, desde un cargo político o técnico, desde un puesto de confianza partidista o de experiencia funcionarial, dio luz verde a un proyecto mal concretado. Decidir democráticamente es ser responsable y yo sólo quiero saber quiénes son los responsables de una obra mal contratada y mal ejecutada. ¿Qué pasa en una empresa privada (mínimamente seria) cuando uno de sus directivos es responsable de un fracaso equivalente, con repercusiones relevantes en la cuenta de resultados y el prestigio? Es un anacronismo que, en el sector público, la responsabilidad ante incompetencias de este tipo quede difuminada en la densa cadena burocrática. Los unos por los otros, nadie da nunca explicaciones.
Los políticos entran y salen de los despachos oficiales según las urnas y los técnicos hacen su tarea de acuerdo con unas normas mientras el ciudadano se queda con cara de susto cuando algo falla tan estrepitosamente como es el caso. ¿Qué nos han costado las decisiones manifiestamente erróneas que nuestros gobernantes (locales, nacionales, estatales y europeos) han tomado durante los últimos años? Desde los caminitos de caucho defectuosos de las calles barcelonesas hasta los nuevos aeropuertos provinciales vacíos de las Españas, la lista detallada de horrores podría ser el argumento de una película de terror. La falta de racionalidad y de sentido común de ciertas decisiones de fuerte trasfondo técnico (recuerden a aquel secretario de Estado que confesó que si negaba un aeropuerto a los suyos no podría volver nunca más al pueblo en vacaciones) te puede dejar helado.
La primera corrupción siempre es la de los incompetentes. Después está la otra, la de la confusión deliberada entre lo público y lo privado. Hay que combatir las dos corrupciones con constancia. El drama es que la incompetencia tiende a hacerse transparente por un efecto de acumulación y porque resulta mucho menos atractiva como noticia. Pero hace un daño devastador. Si yo fuera el político que dio el visto bueno a los caminitos de caucho inservibles, pediría hoy mismo excusas públicas a las personas invidentes y a los ciudadanos en general.