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Francesc-Marc Álvaro | Una condemna exemplar
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16 mar 2012 Una condemna exemplar

A aquellos que siguen sosteniendo que el mundo de hoy es peor que el mundo de ayer les tiene que interesar mucho una noticia que contribuye de manera contundente a sacarlos de su confusión. Es una novedad magnífica: el Tribunal Penal Internacional (TPI)ha condenado por crímenes de guerra al jefe rebelde congoleño Thomas Lubanga, acusado de reclutar niños para utilizarlos como soldados entre el 2002 y el 2003 en la guerra civil de Ituri. Los jueces todavía no han fijado la pena, que podría ser de cadena perpetua. Es la primera condena de este tipo y debemos esperar que sirva para reducir el espacio de impunidad.

Según las crónicas, Lubanga es psicólogo de profesión y padre de siete hijos. Siempre hemos sabido que los criminales a gran escala también son humanos y que esta humanidad es la que, precisamente, nos inquieta y nos interpela. Es lo del comandante de un campo nazi que, después de cenar con la esposa y los hijos, se pone a tocar canciones amables al piano, en un ambiente de recogimiento familiar que no tiene nada que ver con el infierno que se ha construido alrededor de aquel hogar. El hecho de ser padre y profesional de la psicología incrementa el enigma sobre Lubanga, un hombre que, de manera consciente, se dedicó a secuestrar a menores para utilizarlos como carne de cañón.

Las preguntas son inevitables: ¿Utilizaba sus conocimientos como psicólogo para transformar a los niños en dóciles máquinas de muerte? ¿Cómo lo hacía para no pensar en sus hijos cuando tenía delante a los niños y niñas que obligaba a entrar combate? ¿En qué momento decidió que una manera muy barata de crear ejércitos fieles era arrancar a los hijos de sus familias? ¿Explicaba a su mujer la manera como hacía la guerra? ¿Seguía estudiando libros de su especialidad mientras se dedicaba a matar, robar y violar sin ningún escrúpulo? Podríamos plantear muchísimas cuestiones y, probablemente, no acabaríamos de entender nunca los mecanismos oscuros que mueven a una personalidad como la de este líder guerrillero. Los magistrados del TPI no han observado que se trate de una persona con una enfermedad mental, todo lo contrario. Lubanga, que se declara inocente, sabía muy bien lo que hacía.

La justicia es lenta y la justicia internacional todavía más. Se ha tardado una década en conseguir una condena como esta. Estos días sabemos, por ejemplo, que el régimen sirio ha convertido a la población civil -incluidos niños, mujeres y ancianos- en objetivo sistemático de sus implacables ataques contra las ciudades que no quieren doblegarse. Es una tragedia que ocurre ahora mismo y que no nos interesa, preocupados como estamos por nuestra crisis. Quizás no prestaremos atención a este asunto hasta que El Asad sea juzgado por el TPI.

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