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Francesc-Marc Álvaro | La mala vida d’una llengua
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18 abr 2012 La mala vida d’una llengua

Las lenguas sirven para comunicarse pero hay que ser tonto o cínico para pensar que son únicamente herramientas. Como siempre le gusta decir al colega y amigo Màrius Serra, las lenguas son depósitos y archivos de la memoria de la gente, donde quedan registradas las relaciones de poder y los avatares de los pueblos. Con la lengua no sólo designo mi mundo y me hago entender, también evoco a los muertos y, de alguna manera, hablo con ellos. El próximo lunes celebraremos Sant Jordi, que es una jornada de libros y, por lo tanto, de lenguas. Los libros que se editan, se compran y se leen acreditan la vitalidad de una lengua y nos recuerdan que ninguna lengua es un lujo ni un capricho, sino la manera como una determinada comunidad expresa su experiencia y se afirma en un mundo cada vez más pequeño y más intercomunicado. Sant Jordi es el día de todos los libros y, a la vez, el gran día de la literatura escrita en catalán.

Pronto hará un año que este diario también se escribe en catalán. Este primer aniversario es una excelente noticia en un momento en que estas no menudean. Para muchos, se trata de un hecho natural y normal que, como demuestra su magnífica acogida entre los lectores, señala la buena/mala salud de una lengua que tenía todos los números para desaparecer durante el pasado siglo XX. Hay que ser conscientes de las dificultades que nos han precedido y tener perspectiva. La lengua de mi madre podía no haber sido ya la mía, si las cosas hubieran ido de otra manera. Esta es una reflexión que me hago después de leer el monumental y atrevido estudio que el profesor August Rafanell ha escrito sobre la cuestión, y que debería ser uno de los libros más vendidos y más comentados de este Sant Jordi y de todo este año.

Bajo el modesto título Notícies d’abans d’ahir. Llengua i cultura catalanes al segle XX (Acontravent), Rafanell nos propone un viaje apasionante por un siglo de la historia cultural de Catalunya, España y Europa. Con un despliegue documental de gran riqueza y una perspicacia poco habitual, este sabio va desovillando el hilo de la supervivencia de una lengua y de una identidad, así como muchas de las narrativas del catalanismo cultural, incluso aquellas más excéntricas. La obra ilumina muchos debates presentes sin quererlo. Como no puedo hablar de todo el libro, me centraré en la segunda parte, dedicada a «La destrucció del català durant el franquisme», un texto de gran calado que podría editarse por separado -es una buena idea de Vicenç Pagès- y que -añado yo- se podría dar a leer a todos a los escolares de España, y a todos los altos cargos. ¡Eso si sería Educación para la ciudadanía!

Sin estridencias, a caballo de una prosa ágil y aguijoneante, con un constante contrapunto de fuentes, este profesor de la Universitat de Girona describe la mala vida de la lengua catalana a partir de 1939, una vez Franco instaura su régimen, que prohíbe todas las lenguas que no sean el castellano o español. El fracaso de las políticas iniciales de exterminio total del catalán (para ello tendrían que haber eliminado a todos los catalanohablantes de la noche a la mañana) dio paso a las políticas de transigencia y, posteriormente, al simulacro de un respeto oficial por la lengua de los indígenas cuando se permitió la publicación de libros y las representaciones teatrales. La sociedad catalana aguantó el golpe durante los cuarenta y cincuenta porque había una catalanidad preideológica que formaba parte, «de l’esma dels catalans normals i corrents». Según Rafanell, «més que de resistència, doncs, potser convindria parlar de resiliència».

Las cosas cambiaron una década más tarde, con la aceleración del mundo. El eminente filólogo lo resume así: «A la dècada dels seixanta es tanca el cicle de la normalització del castellà entre els catalans. Pels que manen, el perill català -que, no ens enganyem, és el perill del català- ha desaparegut». La diglosia -que condena al catalán a servir sólo para ciertas cosas y no para todas- irá recubriendo las actitudes de los hablantes, inercialmente. El turismo, la televisión y la cultura de masas consiguen mucho más que la censura y se consolida «el tracte de residu que donaven al català els amos del moment». A pesar del mucho trabajo hecho por el PSUC, la Iglesia, Òmnium Cultural y el Barça por divulgar masivamente el catalán cuando «no sonava oficialment enlloc», Rafanell nos recuerda que «el país del 1975 es troba més descatalanitzat que mai». Un ejemplo: los que frecuentaban las asambleas universitarias saben que hablar en catalán en ellas era casi un exotismo.

¿Dónde estamos hoy? Animamos al profesor Rafanell a escribir un nuevo libro sobre la reconstrucción del catalán durante la democracia, con el fin de poner en limpio los avances y los retrocesos de la lengua en los últimos treinta años. Hoy tenemos una escuela catalanizada pero asediada por una ofensiva que quiere acabar con la inmersión; hoy tenemos unos medios públicos y privados en catalán que funcionan muy bien pero que no penetran en todas las capas de la población; hoy tenemos el catalán en plena salud en las redes sociales pero escaso en ámbitos como la justicia, los negocios o muchas industrias del entretenimiento. La mala vida de la lengua catalana va por barrios y obliga a los catalanohablantes a ejercer una militancia que no tiene nada de natural ni de normal, aunque sea lastimosamente habitual.

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