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Francesc-Marc Álvaro | La política contra la ciència
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25 abr 2012 La política contra la ciència

Los que hoy gobiernan España dan la espalda a la ciencia. Los presupuestos generales que el PP saca adelante gracias a su holgada mayoría suponen -si no hay un cambio de última hora- un retroceso del 25% en la inversión total en I+D+i, un total de 2.200 millones menos que el año pasado y por encima del 9,6% del recorte medio en los gastos que dependen de la administración central. Josep Corbella, especialista en información científica de esta casa, ha escrito muy acertadamente que esta decisión representa «un punto y aparte en la historia de la ciencia española».

El impacto a largo plazo de este retroceso es superior al de otros capítulos: el tiempo, los profesionales y los proyectos importantes que perderemos por falta de recursos no se recuperarán y eso agudizará la debilidad del conocimiento de vanguardia en las Españas. Pagaremos muy caro estas decisiones y las generaciones que ahora crecen nos verán como un grupo de tontos sin criterio.

A veces parece que la mentalidad política no haya cambiado mucho en Madrid en los últimos cien años. ¿Cómo puede ser que un gobierno europeo inmerso en la actual crisis no se dé cuenta de que recortar tanto en innovación e investigación es un contrasentido estratégico que no puede defenderse de ninguna de las maneras? Todos los sectores que dependen del erario son importantes y cada ámbito considera que debería ser la excepción cuando las tijeras del político van podando las cifras del presupuesto, empezando por las de salud y educación. No obstante, no es muy difícil de entender que sin ciencia de alto nivel y sin apuestas de innovación una sociedad no sale adelante y acaba aplastada por la dependencia exterior y por la obsolescencia de su economía. No hay sociedad del conocimiento sin recursos para elaborarlo y para aplicarlo al crecimiento económico y al bienestar social. Se puede recortar más o menos en todo, pero no en aquello que constituye la semilla y la garantía de un progreso que tenga como horizonte el interés general.

¿Por qué pasa esto? Tengan en cuenta que Rajoy no hace nada más que insistir y agrandar el menosprecio que Zapatero ya demostró por la ciencia, cuando creó un ministerio que debía impulsar ambiciosamente las políticas de I+D+i y después no lo dotó de los recursos adecuados. Pienso -y lo he escrito algunas veces- que el drama de los científicos es que no tienen la capacidad de presión de otros colectivos muy numerosos (como los profesionales de la sanidad o de la educación) ni tienen la proyección de gremios con mucha capacidad para incidir en la opinión pública (como los actores y demás oficios del espectáculo).

El científico expresa sus quejas pero estas llegan débilmente al conjunto de la sociedad para la cual -salvo excepciones como, por ejemplo, el doctor Joan Massagué- los rostros de las mujeres y los hombres que investigan no forman parte del imaginario de la gente. Pregunten a sus vecinos el nombre de cinco futbolistas, de cinco cantantes y de cinco científicos y entonces también sabrán porqué el poder político es tan valiente cuando hay que reducir el dinero de la investigación y la innovación.

Que, a principios del siglo XXI, tengamos que escribir papeles destinados a hacer ver a los políticos que reducir los recursos públicos a la ciencia es una política equivocada y nociva me hace pensar en la falta de cultura científica de nuestras élites dirigentes, acostumbradas al corto plazo.

La investigación, que siempre reclama muchos años y mucha paciencia, no encaja en la mirada de unos gobernantes que son prisioneros de un presente absolutamente tiranizado por las urgencias de cada instante. Si hay una actividad que tiene poco que ver con los códigos efímeros de la actualidad en directo es la ciencia, que exige una constancia, una repetición, una disciplina y un silencio que lo alejan de los focos. El político se ha acostumbrado a pedir y obtener resultados muy rápidamente mientras el científico habita un tiempo más denso, extremadamente delicado y sujeto a una imprescindible mirada crítica y autocrítica que -me parece que no hace falta subrayarlo- no es frecuente, en cambio, entre los que gestionan nuestras administraciones.

La nueva ley de Transparencia y Buen Gobierno que Rajoy se ha sacado del sombrero para reducir la desafección prevé que los malos gestores sean castigados si no hacen las cosas bien. Perfecto. ¿Qué pasa, sin embargo, cuando las consecuencias de las gestiones equivocadas o directamente incompetentes no se pueden certificar hasta después de muchos años? ¿Se aplicará el régimen de sanciones que se ha inventado el actual Gobierno del PP a los actuales presidente y ministros cuando, dentro de diez o veinte años, se compruebe que el recorte presupuestario en ciencia fue una ocurrencia que no hizo otra cosa que retardar la salida de la crisis y dejar sin trabajo a muchos profesionales?

No sé si la ciencia hace ganar votos, supongo que mucho menos que otras áreas. De todos modos, y ahora que se ha puesto de moda criticar amargamente el papel imperativo de Alemania sobre los presupuestos que afectan nuestras vidas, no está de más señalar que cualquier Estado que quiera mantener algún tipo de soberanía dentro de la UE de pasado mañana tendrá que apostar por la ciencia y la innovación. En eso, los políticos tendrían que tomar buena nota de algunos emprendedores que, antes de la crisis, invirtieron en hacer cosas nuevas y mejores.

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