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Francesc-Marc Álvaro | Honra i vaixells
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11 jun 2012 Honra i vaixells

Se llame como se llame la inyección de millones de euros que la UE hará a los bancos españoles, es una evidencia que la soberanía de España es hoy menor que ayer y mayor que mañana. El proyecto europeo es obra de los estados y son estos los que, para salvar al conjunto, han decidido que algunos elementos sagrados del poder estatal ya no pueden seguir siéndolo. El Gobierno español del PP y su entorno mediático consideraban, hasta hace pocos días, que el rescate o cualquier cosa parecida sería una humillación insoportable. Por eso la palabra orgullo aparece tanto en las crónicas de las últimas semanas. Orgullo oficial como expresión de un nacionalismo de Estado que, de paso, encubría el miedo de Rajoy a perder la presidencia si, finalmente, había que pedir ayuda; con el acuerdo del Eurogrupo, el gallego conserva la silla, otra cosa es la autoridad, ciertamente muy tocada. Rajoy es el líder español menos valorado.

Se atribuye al almirante Méndez Núñez una frase famosa que -parece que pronunciada o escrita durante la década de los sesenta del siglo XIX- resume perfectamente la política del orgullo nacionalista por encima de otras consideraciones: «Más vale honra sin barcos que barcos sin honra». El tira y afloja sobre el rescate inevitable ha estado dominado por esta máxima. Hay una obsesión: mantener las apariencias y salvaguardar el honor del gobernante español. Esta actitud nostálgica -muy arraigada en el patio hispánico- ha resultado letal ante la crisis. Zapatero no tomó medidas hasta que se despeñó y Rajoy pensó que, en Bruselas, se tragarían sus fábulas. La soberbia de la mayoría de las intervenciones oficiales han mostrado un personal político incapaz de entender las servidumbres de los nuevos equilibrios globales y el lugar exacto de España en este tablero.

La conclusión es clara: el PSOE y el PP han sido más nacionalistas que patriotas ante la crisis, para decirlo según una distinción que gusta mucho cuando se aplica contra las demandas catalanas. ¿Mientras los ojos extranjeros escruten los bancos españoles, cómo se leerá la situación desde Catalunya? Por una parte, debe valorarse que se intente establecer la verdad, para frenar impunidades y crear confianza. Por otra, hace falta que el catalanismo no haga juicios apremiados y entusiastas sobre las debilidades del Madrid que ha parido Bankia y que no olvide que casos como el de Catalunya Caixa nos interpelan sobre la responsabilidad de nuestras -catalanas- élites.

El Partit Català d’Europa -con permiso de Juliana- debería tener motivos para la esperanza. Modesta y sin lanzar cohetes. Y debería saber jugar con audacia sus cartas. Ahora bien, cuidado: mientras la soberanía real va a la baja, la simbólica sube como la espuma. Por eso Rajoy voló ayer hasta Polonia. Los últimos barcos invencibles son los de la Roja.

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