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Francesc-Marc Álvaro | L’autoritat moral
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10 ago 2012 L’autoritat moral

Cuando Jordi Pujol habla de sus referentes, en el primer volumen de sus Memorias, da esta lista: “Fuera del ámbito familiar, debo consignar las influencias de Joan Triadú, Josep Mª Ainaud de Lasarte, Josep Benet, Raimon Galí y Jaume Vicens Vives”. Con el fallecimiento de Josep Mª Ainaud, desaparece el último gran referente del catalanismo de la resistencia de posguerra, el núcleo de activismo y pensamiento que ejerció el magisterio más claro sobre las nuevas generaciones nacionalistas que protagonizaron la transición.

Aunque Ainaud sólo era cinco años mayor que Pujol, estamos ante dos generaciones distintas. Un ejemplo: el abogado, historiador y político colaboró durante la Segunda Guerra Mundial con la red clandestina que apoyaba a los aliados. El mundo del activista que nos ha dejado era el de los titanes que no se resignaron y que, en medio de una indiferencia y un miedo brutales, lucharon por Catalunya y la democracia cuando no se veía luz alguna en el horizonte. En este sentido, y en una entrevista del 2010 en Presència, Ainaud desmentía tópicos sobre los años más difíciles: “Inventan actitudes resistentes que no existieron”. Él lo afirmaba con claridad porque “yo estaba allí y sé que no fue como dicen”. Lo cierto es que eran muy pocos los que plantaban cara cuando el franquismo era flamante: el PSUC, el Front Nacional y, desde el ambiente universitario, figuras como Ainaud, que iban por libre y que utilizaban la cultura y las rendijas de la Iglesia para crear complicidades.

Josep Mª Ainaud de Lasarte encarnaba mejor que nadie la autoridad moral del catalanismo de la resistencia. Aunque se vinculó a CDC y fue diputado en el Parlament y concejal en el Ayuntamiento de Barcelona durante una legislatura en cada cargo, siempre mantuvo la independencia de criterio. Más de una vez discrepó de algunas decisiones de CiU. Por ejemplo, él y Maria Rúbies rompieron la disciplina de voto y se opusieron a la creación de las loterías de la Generalitat por razones éticas.

Pujol escuchaba y respetaba las palabras de Ainaud, uno de sus maestros de vida, desde el lejano día de 1946 en que el futuro líder nacionalista llamó a la puerta de la Comissió Abat Oliba, organizadora de los actos de entronización de la Virgen de Montserrat. El historiador era una de las contadas personas que hablaban con total sinceridad con el expresident y por eso su consejo lúcido fue siempre apreciado, como voz de la conciencia crítica del pujolismo. Este ascendente hizo de Ainaud alguien inclasificable, un espíritu libre que, desde un talante dialogante y firme a la vez, sabía mirar críticamente la escena política, empezando por aquellos con quienes compartía ideas y valores. Humanista, siempre dispuesto a colaborar en mil y una iniciativas, sirvió al país generosamente sin servirse de la política.

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