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Francesc-Marc Álvaro | Setmana rere setmana
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13 ago 2012 Setmana rere setmana

El president Mas ha explicado, antes de marcharse de vacaciones a Menorca, que el Govern pedirá, cuando se retome la actividad política normal, que la sociedad catalana haga «pronunciamientos explícitos en favor del pacto fiscal para que el Gobierno central y las grandes instituciones del Estado entiendan que hay un clamor en Catalunya que dice que nosotros generamos recursos suficientes para poder vivir mejor y reactivar con mayor rapidez nuestra economía». Eso es verdad, pero no toda la verdad. No se trata sólo de vivir mejor y salir antes de la crisis, sino de ser tratados justamente por el Estado que sostenemos.

El debate que articula hoy la política catalana tiene aspecto económico pero es de fondo político y moral. La reclamación del nuevo pacto fiscal no es una querella sobre céntimos entre administraciones, es una discusión sobre la justicia con que el poder español trata a una parte de los ciudadanos. Como ocurre a menudo en este tipo de asuntos, la condición de parte interesada de quien debe actuar como juez de la disputa coloca la solución final en el terreno incierto del capricho, el azar o la concesión más o menos oportunista. El «territorio desconocido» que Mas pronosticó no surge de un afán de temeridad, es el resultado de unas estructuras pensadas para contener una sociedad que acepte pasivamente el agravio. Ahora hay conciencia mayoritaria del agravio.

Con todo, las grandes conquistas exigen mucho más que un día de manifestación patriótica. Mas lo sabe y por eso ha añadido que el pacto fiscal es un objetivo en el que deberá insistirse «semana tras semana». En resumidas cuentas: el camino es muy largo (además de empinado) y exige continuidad, una actitud propia de otras épocas. Nos hemos acostumbrado a pensar que las cosas pasan muy rápidamente, queremos un tempo de primavera árabe, que los acontecimientos sean como las palomitas en el microondas. Hacemos una manifestación multitudinaria y entonces esperamos que al día siguiente las cosas cambien inmediatamente. Hemos confundido la velocidad en el Twitter con el ritmo de las respuestas políticas.

Josep Ferrater Mora escribió que la continuidad es, para el catalán, el deseo de no dejar las cosas a medio hacer. El Estatut que tenemos es un ejemplo evidente de algo a medio hacer, el producto de unas debilidades que no se supieron contrapesar con nada. Hay gobernantes que piensan, ingenuamente, que el tiempo resolverá los problemas. El último de este tipo fue Zapatero, que dio alas a la aventura estatutaria. Muy lejos de este infantilismo, Mas ha optado por mantenerse fiel a su compromiso.

Esta vez, el trabajo no puede dejarse a medio hacer. Precisamente porque está cantado que no se alcanzará el objetivo.

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