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Francesc-Marc Álvaro | Ser O’Leary o Ruiz-Mateos
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24 ago 2012 Ser O’Leary o Ruiz-Mateos

En cualquier guerra, entre un bombardeo y otro, la gente sigue bebiendo y charlando en las terrazas de los bares, y sigue riéndose del vecino, siendo generoso quien lo es y siendo miserable quien lo es. Las guerras, en general, se superponen a la vida corriente, basta con leer memorias de los que las han vivido. Con la crisis, pasa algo parecido. La prima de riesgo vuelve a subir, pero lo más importante, ayer por la tarde, era esperar el Barça-Madrid, dar con un rincón de sombra, que la cerveza estuviera bien fría y, a ser posible, que fuera servida en una copa helada. Cosas menores, dirán ustedes.

El desaparecido Tony Judt, en su último libro de conversaciones con Timothy Snyder, acierta cuando se pregunta lo siguiente: «¿Es posible que alguien que ha aceptado una verdad política muy amplia, o una verdad narrativa, se redima como intelectual o como ser humano acercándose más a las verdades pequeñas o a la veracidad en sí misma? Esta era una cuestión que planteaba yo al siglo XX, pero quizás también era una cuestión que me planteaba a mí mismo». Diana del gran historiador inglés, judío y cosmopolita, valga la redundancia. Las verdades pequeñas como horizonte más fácilmente alcanzable y como reencuentro con nosotros mismos. Lo sabemos: las verdades políticas, absolutas y tajantes, conducían a los cementerios.

¿Por qué algunos intelectuales traicionaron la realidad de manera tan obscena a lo largo del siglo XX? Optaron por una verdad política -por decirlo como Judt- y se sumergieron en ella con todas las consecuencias. Fascinados. Ahora, después del relativismo posmoderno, tenemos trabajo. La reconstrucción de la verdad como quien debe arreglar la cerradura con las manos protegidas por guantes de boxeo. Y el griterío no nos deja escuchar el clic que queremos oír.

Sentados en la terraza de este comienzo de siglo, la crisis nos muestra sus ancas prominentes. Desviamos la mirada, el vértigo del catastrofismo es muy atractivo. Por suerte, está el teatro paliativo de los personajes que han volado más allá y más acá de toda veracidad. Así, regresa un Ruiz-Mateos y reaparece un Michael O’Leary, el presidente de Ryanair. El primero, por boca de su abogado, dice que está demasiado enfermo para comparecer ante la juez, mientras el segundo sostiene que, después de los incidentes con varios aviones, ha aumentado la venta de billetes. Estas figuras -hiperbólicas- hacen su función. Se han aclimatado al medio perfectamente, han descubierto el pasadizo secreto. Puestas al lado de determinados líderes, nos advierten que nada tiene consecuencias, si se sabe tocar la palanca adecuada. No hay que sufrir. Impunidad sería la palabra en otro planeta.

Las disputas públicas entre ministros son, en este sentido, una buena cortina de humo.

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