10 sep 2012 PSC, feu conservador
El abrupto recambio de caras en la dirección del PSC que ha ordenado Pere Navarro tiene que ver y no tiene que ver a la vez con el agitado momento político que vive Catalunya y de manera especial el campo nacionalista/soberanista. Por un lado, y como explicaba muy bien el viernes Antoni Puigverd, «no es un problema de más o menos catalanismo» y la prueba más contundente de eso es que, entre los defenestrados, hay alguno que no ha levantado nunca esta bandera y que, incluso, considera que este debate sólo hace el juego al adversario. Por otro, el socialismo catalán también se ve impactado e interpelado (como le ocurre a CiU) por un creciente sentimiento social de desconexión mental (que incluye lo sentimental y lo racional) de España; declaraciones recientes de figuras notables del PSC así lo certifican.
Navarro ha optado por -como analizaba Iñaki Ellakuría ayer- blindar a su alrededor un grupo de fieles que le proporcionen el sucedáneo de una autoridad que no tiene. Maragall disfrutaba de la púrpura olímpica y Montilla disponía del control total de la máquina. Cada uno, a su manera, conseguía ser amado y temido, misión del líder. El actual primer secretario no posee ninguna de las dos virtudes de sus predecesores, desde el primer día ha sido visto como un mero encargado de pilotar la nave a la espera del surgimiento de un nombre que -tal vez gracias a las primarias- vuelva a animar a la parroquia. Si hiciéramos abstracción del contexto, sería un caso típico de lucha pura y dura por el poder.
Pero las cosas no pasan nunca solas. La necesidad de Navarro de hacerse una cúpula a la medida para conseguir ser designado futuro candidato a la presidencia de la Generalitat se solapa con una desorientación creciente del socialismo catalán ante la realidad fluida del país, que genera interrogantes difíciles de manera muy acelerada. El espacio central de Catalunya -articulado por CiU y el PSC- se ve cuestionado por fenómenos que descolocan los discursos y las maneras oficiales. Mientras convergentes y Unió se suman a la oleada haciendo esfuerzos titánicos por preservar zonas de ambigüedad, los socialistas se apartan, aunque hay voces individuales del PSC que conectan con el soberanismo.
El PSC se ha convertido, sin buscarlo, en el gran partido conservador de Catalunya, en el sentido de inmovilista y miedoso a los cambios. Eso lo engancha al PP, que es la opción que quiere mantener el statu quo autonómico a toda costa, un diseño que, a medida que la crisis nos castiga, pone más en evidencia sus graves carencias estructurales, como notan muchos observadores extranjeros. La tragedia de Navarro es que, a diferencia de Sánchez-Camacho, juega siempre a la defensiva y sin demostrar convencimiento por ninguna de las posibles vías que Catalunya tiene hoy sobre la mesa.