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Francesc-Marc Álvaro | Polèmiques repetides
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18 ene 2013 Polèmiques repetides

Ahora le ha tocado el turno al cartel oficial del carnaval de Reus. Se trata de pequeñas polémicas que ponen a prueba ciertas actitudes y valores de nuestra sociedad. El cartel del carnaval de Reus mostraba los pechos de una mujer y, desde algunos grupos municipales y entidades, fue criticado por ser supuestamente machista y sexista. Ahora lo retiran, pero los responsables de la fiesta aseguran que no lo hacen por este motivo, sino para evitar una posible querella por plagio. En todo caso, los amigos del carnaval reusense ya han conseguido una publicidad sensacional para su popular celebración.

Que a primeros del siglo XXI discutamos sobre carteles de carnaval es ridículo y bonito a la vez. Ridículo porque es anacrónico y un pseudoproblema que unos aprovechan para presentarse como transgresores y otros como vigilantes de la corrección política. Bonito porque reduce la trascendente batalla de la libertad de expresión a su aspecto más superficial y la transforma en una ocasión para que cada uno quede bien con su respectiva clientela ideológica. Cuando pasan cosas así, siempre hay quien invoca «el mal gusto» del cartel, una observación sin mucho sentido aplicada al carnaval, fiesta que -si no perdemos de vista sus orígenes- enaltece lo grotesco y trastoca todos los cánones según el principio de alteración tolerada del orden vigente. Dicho esto, pienso que el cartel retirado no es exactamente un prodigio de creatividad.

Cuando se organizaron los primeros carnavales de la democracia, por suerte, la corrección política no existía. Sí había, en cambio, necesidad de todo tipo de libertad: política, social, moral y sexual. Entonces, los más progresistas, underground y rompedores de cada pueblo y cada barrio hacían y decían, durante el carnaval, cosas que serían motivo de gran indignación entre los más progresistas, alternativos y transformadores de hoy. En aquellos tiempos, las quejas sobre los excesos carnavalescos acostumbraban a venir todas de los sectores más pacatos, preocupados por un cambio de mentalidad y de costumbres que les superaba completamente y a gran velocidad.

Durante aquel periodo el potencial censor espontáneo admitía que lo era sin manías, aunque eso lo convertía en alguien fuera de tiempo. Hoy, los nuevos censores no aceptan ser vistos como tales, al contrario: quieren figurar como los más libertarios y abiertos, porque piensan que su censura no es una opinión más que quiere imponerse sino el criterio correcto, único y verdadero. Los censores que vigilan ahora por la corrección política están convencidos de que las soluciones que defienden para el cartel de Reus son el único pensamiento aceptable. El resto merece la descalificación y la prohibición inmediata. ¿Cómo se hace un carnaval sin que nadie se ofenda? ¿Y un programa de sátira política en televisión? ¿Y una columna de periódico? ¿Y un simple comentario al vecino sobre cómo nos toman el pelo?

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