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Francesc-Marc Álvaro | L’escrache dels altres
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05 abr 2013 L’escrache dels altres

El amigo Ferran Sáez ha publicado, anteayer en el Ara, el mejor artículo que he leído sobre el método de protesta/presión conocido como escrache y que él sostiene que hay que llamar siempre así, también en catalán, de la misma manera que no traducimos otras palabras del español de América como tango o mate. Servidor, con el permiso del maestro Magí Camps, también dirá escrache, porque no es un detalle irrelevante que se trate de una práctica de importación, nacida en un contexto especial que tiene poco que ver con las democracias europeas. Al igual que en Catalunya hay sectores afectados de vasquitis, también hay catalanes y españoles con ganas de imitar fenómenos latinoamericanos, cuadren poco o nada con la realidad doméstica.

Sáez sostiene que el escrache se pondrá de moda, más allá de las demandas de los afectados por los desahucios, y sugiere que quizás veremos cosas que nos parecerán menos comprensibles que la manifestación de un grupo pacífico a la puerta de la casa o el despacho de un diputado para que apruebe una ley. Recuerda que, aquí, la primera víctima del escrache fue el president Mas y los diputados y trabajadores del Parlament, que tuvieron serias dificultades para acceder al edificio del parque de la Ciutadella el 15 de junio del 2011, un espectáculo de barbarie comparable a las tácticas del golpismo clásico. Escribe Sáez que el escrache «será desde ahora el método más rápido y efectivo de amplificación artificial de las minorías». Todos formamos parte a la vez de mayorías y de minorías, según el día y el conflicto que se presente. Por eso deberíamos ser muy prudentes cuando aplaudimos o consentimos determinadas formas de presionar a quien piensa diferente. Prudentes y honestos para aceptar o rechazar los métodos por lo que son intrínsecamente, al margen de la simpatía que sentimos por una u otra causa.

Me quito el sombrero ante el trabajo magnífico que hacen la PAH y Ada Colau, y pienso que el sistema democrático necesita ser constantemente oxigenado desde fuera de las instituciones y los partidos por movimientos y colectivos que aportan perspectivas nuevas, lejos de las rutinas y vicios de los circuitos oficiales. Dicho esto, el debate sobre los métodos de protesta y presión no es un asunto menor, como repiten los que dan poco valor a los Parlamentos surgidos de las urnas. Eso apunta al corazón de la democracia. Porque siempre puede darse también el escrache de los otros, de los que tienen una causa que no nos cae simpática. ¿Qué dirían algunos que aprueban el escrache en nombre de los afectados por las hipotecas si el escrache fuera a cargo de militantes contra el aborto, partidarios de expulsar a los extranjeros, contrarios al casamiento de los homosexuales, impulsores de la pena de muerte o integristas que no quieren que se enseñen las tesis de Darwin?

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