18 abr 2013 President, prou soroll
Es como si hubieran decidido hacer todo lo posible para fracasar. Cada día, alguien nos ofrece alguna declaración que alimenta el ruido y pone a todo el mundo nervioso. Así, en la política oficial, el proceso soberanista aparece como una olla de grillos, un jaleo que produce migraña. El espectáculo de las ocurrencias, contradicciones y especulaciones gratuitas cansa y resulta descorazonador, ridículo, contraproducente. Ahora se habla de la fecha del referéndum obsesivamente, ahora de la diferencia entre la consulta y la declaración unilateral, ahora de la pregunta que se someterá a los ciudadanos, ahora de si el referéndum se hará dentro o fuera de la legalidad española, ahora otra vez de la fecha… Son debates circulares que no van a ningún sitio, la pura noria del asno. Son discusiones que no pueden hacerse así, a cielo abierto y como un ritual enfermizo de desconfianzas. El pueblo de Catalunya no se merece tanta chapucería.
Si todo el mundo está de acuerdo en que una transición nacional hacia un Estado catalán es una empresa de envergadura histórica, difícil y arriesgada, ¿cómo es que hay tantos dirigentes supuestamente soberanistas haciendo las cosas tan mal? President Mas, permítame que escriba lo que piensan miles de personas que le votaron a usted o que, sin haberlo hecho, valoran altamente su compromiso: necesitamos que se acabe el ruido y empiece la hora de la profesionalidad, la inteligencia y el coraje sin fisuras ni protagonismos cainitas. A usted le toca mandar, con mano más firme que nunca, dentro y fuera de su Govern y de su partido. President Mas, detenga este despropósito, antes de que sea demasiado tarde. President Mas, hace falta que ejerza su liderazgo democrático con todas las consecuencias, nadie más que usted puede hacerlo con tanta autoridad. Si ha llegado hasta aquí, no permita que la batalla se pierda antes de empezar a causa de aquellos que no han entendido lo que nos jugamos en ella.
El derecho a decidir de Catalunya tiene muchos factores en contra, es evidente. Pero también tiene tres elementos a favor: la parte central y más dinámica de la sociedad catalana, un presidente de la Generalitat con una determinación clara y la bandera de la profundización democrática, que es la que representa el mejor espíritu de este nuevo siglo XXI. Ahora bien, estos tres puntos fuertes pueden debilitarse a causa, sobre todo, de los errores en el bando soberanista, especialmente en todo lo que es responsabilidad del Govern y los partidos más implicados en esta causa. Como es lógico, los poderes formales e informales del Estado español despliegan sus acciones para evitar cualquier cambio en el modelo creado durante la transición. Temen la secesión, rechazan el pacto fiscal, no quieren oír hablar de federalismo… El soberanismo es un movimiento contra la resignación y contra la muerte lenta (cultural, política y económica) de una nación. Ni la derecha ni la izquierda españolas tienen ningún producto mejor para ofrecer a la sociedad catalana, por eso predican el advenimiento del apocalipsis en caso de separación. Por eso, el soberanismo es atractivo y obtuvo más votos que las otras opciones en las últimas catalanas. Y por eso no volveremos al viejo mundo del pujolismo, cuando Madrid hacía concesiones coyunturales.
El miedo fabricado dentro y fuera de Catalunya por aquellos que no quieren ningún cambio ya no funciona sobre una sociedad que, afortunadamente, no es la de 1977. Los ciudadanos que se han cansado de ser tratados como españoles de segunda por ser catalanes han hecho una desconexión mental de un alcance muy profundo, uno de los fenómenos que a las élites españolas más les cuesta de entender, porque lo consideran una traición indignante. El miedo, como decía, no detendrá este proceso, pero, en cambio, sí puede hacerlo la confusión que destilen los que deben dirigirlo. Porque la confusión genera desconcierto entre los convencidos y alimenta la lejanía o la hostilidad entre los dudosos. El desconcierto desmoviliza e intoxica de desconfianza la mirada y, entonces, todo lo que había sido ilusión es susceptible de acabar animando la frustración. Las últimas discrepancias entre Gordó y Homs son la gota que ha colmado el vaso y una señal de alarma.
El mandato que Artur Mas recibió de los electores le obliga a convocar una consulta vinculante durante esta legislatura, de la manera que se pueda, extremo complicado pero no imposible. Para llegar a ello, es condición imprescindible y previa que el president ponga orden. Debe cuadrar a sus consellers, a los dirigentes de CDC y a los de Unió, a su socio de gobierno y también a algunos entornos que, en teoría, le son cómplices. Duran, Junqueras y los consellers deben entender que cualquier movimiento o palabra en falso puede ser un autogol: es el momento de trabajar afinadamente, hablar poco y establecer alianzas de manera discreta dentro y fuera de Catalunya.
Estos dirigentes también han de entender que no saldrán adelante si no transforman en confianza la densa masa de recelos que les vincula. Basta de infantilismos: ni las ganas de frenar de los unos ni la prisa de los otros pueden despistarnos. Hay un pacto de gobernabilidad, unos compromisos electorales y unas mayorías parlamentarias.
President, por favor, detenga el ruido.