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Francesc-Marc Álvaro | Un projecte seductor
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13 may 2013 Un projecte seductor

Las metáforas inspiradas en la psicología del amor se han utilizado mucho a la hora de analizar lo que, desde fuera de Catalunya, se ha llamado «el problema catalán». Tras la muerte de Franco, y aprovechando que Catalunya había sido puntera en la lucha democrática y tenía prestigio entre los sectores más abiertos de la sociedad española, era ampliamente compartido que los catalanes debíamos explicarnos constantemente, porque teníamos que ser amados. Implorábamos amor y así nos ha ido. A esta obsesión enfermiza a la hora de justificarnos se le llamó pedagogía. El presidente Pujol dedicó muchas energías y dinero a esta labor. De vez en cuando, algún español importante nos daba un poco la razón, por ejemplo Herrero y Rodríguez de Miñón, que tiene escritos papeles muy fundamentados sobre los derechos históricos del pueblo catalán.

La pedagogía del catalanismo político autonomista partía de la creencia que Madrid podría ser seducido, con el tiempo y una caña, por un proyecto que no fuera el de la España centralista y uniformizadora sino el de una inédita España plural, nación de naciones que se respetan. El Partido Reformista Democrático, impulsado y liderado por el catalán Miquel Roca, fue el último intento, en 1986, de vender «otra forma de hacer España». Aquella empresa dio muchos votos y escaños a CiU mientras fracasaba en el conjunto del Estado. Entre aquel momento y la sentencia del TC sobre el Estatut, el catalanismo o nacionalismo catalán (que son términos sinónimos en la bibliografía internacional más acreditada) vivió del autoengaño y del apoyo táctico (a cambio de recursos y competencias) a gobiernos minoritarios del PSOE y del PP. El pacto del Majestic de 1996 es el techo de esta relación de sexo sin amor e intensifica el declive electoral del pujolismo.

Hoy, cuando CiU ha cambiado el autonomismo por el soberanismo, los interesados en mantener Catalunya dentro de España deberían preguntarse si el actual proyecto español puede seducir fácilmente a la castigada sociedad catalana. ¿Puede seducir un proyecto que tiene una autonomía, como la extremeña, que baja impuestos mientras vive de la solidaridad fiscal y mantiene un cuarto de su población activa vinculada a sueldos del erario? ¿Puede seducir un proyecto que tiene otra autonomía, como la aragonesa, que cambia el nombre del catalán contra todo criterio científico y con el objetivo de intentar borrar una cultura, como ya ocurre en Valencia y Mallorca? ¿Puede seducir un proyecto que tiene a un ministro de Exteriores que admite que se excluye de becas a académicos que tienen opiniones propias? ¿Puede seducir un proyecto que permite que en plena campaña difamen al presidente de Catalunya? ¿Puede seducir un proyecto en el cual el Gobierno no paga las deudas con Catalunya mientras decide qué objetivo de déficit acabará ordenando a Mas-Colell?

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