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Francesc-Marc Álvaro | Ablació i temps
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24 may 2013 Ablació i temps

La Audiencia de Barcelona ha condenado a los padres de dos niñas gambianas residentes en Vilanova i la Geltrú a doce años de prisión por mutilar el clítoris de sus hijas. Desde el pasado diciembre, las dos están bajo la tutela de la Generalitat. La ablación de clítoris es delito tanto en España como en Gambia, y el desconocimiento de tal norma no exime de la responsabilidad penal. Los padres de estas criaturas -que según las crónicas tienen un nivel cultural bajo- llevan muchos años viviendo en nuestro país.

Este caso abre un gran interrogante sobre la relación entre el paso del tiempo y el cambio en los valores de los individuos. ¿Cómo puede ser que una familia que lleva más de una década trabajando y viviendo en nuestra sociedad no haya sabido o querido saber que la ablación es una monstruosidad? ¿Qué nivel de interacción con la realidad que les acoge han tenido estos padres? ¿Qué información básica han recibido sobre las costumbres y la ley de aquí? Alguien que acaba de llegar puede alegar ignorancia sobre los valores y las normas del lugar que ha elegido para edificar una vida mejor, pero eso resulta extraño en personas que, sobre el papel, han demostrado «arraigo». ¿Qué han hecho o han dejado de hacer las administraciones para evitar esto?

Si tiramos del hilo, aparece el debate más embrollado: ¿A qué llamamos integración? El término integración no gusta en ciertos ambientes, que han llevado la corrección política hasta extremos absurdos, pero es un concepto clave para evitar que la condición de inmigrante sea permanente. Una persona que lleva veinte años en un país no tendría que sentirse ni ser tratada como un inmigrante. Es cierto que hay quien se plantea la migración como una circunstancia breve, una apuesta para conseguir unos recursos y, después, poder retornar al país de procedencia. No obstante, la mayoría de la gente que se traslada porque aspira a un horizonte mejor de progreso y bienestar sabe que el viaje no acostumbra a tener billete de vuelta. Sobre todo porque las ramas pesan más que las raíces. Los hijos y el futuro construyen el proyecto de vida y acaban reconfigurando las prioridades y, de rebote, los valores. Si el ascensor social no se estropea, llega un día en que el inmigrante deja de serlo e intercambia nostalgia por seguridad y unas ciertas expectativas.

En la sociedad catalana, amasada a partir de migraciones muy diversas, podemos comprobar que la integración ha funcionado, aunque de manera heterogénea, en función de muchos factores. A raíz de la llegada de personas de países lejanos, con valores y costumbres que tienen poco que ver con nuestra comunidad, el objetivo de la integración exige más instrumentos y más recursos. Esta es la lección de la triste noticia de dos niñas mutiladas por sus padres.

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