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Francesc-Marc Álvaro | Estar per la feina
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06 sep 2013 Estar per la feina

Han pillado al senador John McCain -que había sido candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos- jugando al póquer con su iPhone en pleno debate sobre la intervención militar norteamericana en Siria. El hombre no estaba por la labor, uno de los días más importantes de su tarea como representante del pueblo. En esta línea, también se ha sabido que se han hecho casi 300.000 intentos de acceso a sitios webs considerados pornográficos desde ordenadores del Parlamento británico durante el 2012, lo que representa una media de 800 al día desde dispositivos de los diputados, asesores y empleados. Más gente que no está por la labor y que cobra del erario para dedicarse -en teoría- a los asuntos de interés general.

Las dos noticias hacen pensar en lo que antes se llamaba vocación y que ahora no sé cómo denominar. Si resultas elegido democráticamente por tus conciudadanos debe ser porque -poco o mucho- te interesan unas tareas y obligaciones entre las que está, obviamente, asistir a debates no siempre apasionantes. Por mucho que nos guste lo que hacemos, siempre hay días o momentos en que preferiríamos estar en otro lugar haciendo cualquier otra cosa. Aceptamos también esta debilidad entre los legisladores y otras especies. Ahora bien, la dignidad del cargo, la responsabilidad y el sueldo público podrían servir para frenar ciertos excesos, como jugar al póquer cuando se está decidiendo si bombardearás un país lejano o admirar las maravillas eróticas virtuales mientras se discute sobre la subida de las tasas universitarias o los recortes en los hospitales. Sobre todo porque es una enorme falta de respeto a los ciudadanos que te han elegido.

Antes -antes de los ordenadores portátiles, los móviles y las tabletas- algunos diputados también se abandonaban a recreos más o menos privados mientras el de la tribuna hablaba de los horarios comerciales o la reforma de la secundaria. En aquella época, leían el periódico (o voluminosos resúmenes de prensa), hacían garabatos, se dedicaban a los crucigramas o escribían sonetos satíricos, preferentemente sobre los correligionarios. En aquella época desconectada, esta actitud perezosa era menos conocida, había menos canales de información, todo era más discreto. Ahora, no. Hoy, los parlamentarios deben estar por la labor porque, en caso contrario, se nota mucho.

¿Y si se decidiera que, durante las reuniones de comisión y los plenos, sus señorías no pudieran llevar encima ni el móvil ni la tableta, sólo los papeles que tuvieran que ver con lo que se esté tratando? Imposible, me dicen. Ni los profesores en la escuela pueden luchar contra unos nuevos hábitos que están modificando nuestra manera de estar en el mundo. McCain jugaba una partidita, totalmente indiferente a la dimensión trágica de su responsabilidad. Así salen luego las cosas.

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